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Encíclica Humanae Vitae. Escrita por S.S. Pablo VI. Jueves 25 de julio de 1968


Reflexiones sobre algunos aspectos de la Encíclica Humanae Vitae a los cuales se le ha dado poca relevancia

Por Bertrand de Margerie, S.J.

Para mucha gente, interesados sólo por su tesis fundamental,  la Humanae  Vitae parecía ser una repetición pura y simple de la doctrina tradicional de la Iglesia. Se le  escaparon  sus  matices  originales.   Nos gustaría aquí, como un gesto de gratitud por este acto del magisterio de Pablo VI, sugerir algunas líneas,  en vista de una  nueva lectura:  el  rechazo de la violencia sexual, la denuncia de una secularización ateísta de la sexualidad humana, personalizando la promoción de una  sencilla  y completa racionalización  de  la esfera  sexual  en el horizonte de la vida eterna.

Rechazo de la violencia sexual, promoción de la no-violencia en el uso de los derechos sexuales:

El número 13 de la Encíclica comienza como sigue:  “un acto conyugal impuesto al cónyuge sin considerar su condición actual y sus legítimos deseos, no es un verdadero acto de amor; y prescinde por tanto de una exigencia del recto orden moral en las relaciones entre los esposos.”

Hoy día se habla mucho sobre la liberación femenina.  ¿Cómo podemos dejar de enfatizar la relevancia liberadora del pasaje citado para ciertas esposas, víctimas de la violencia sexual por parte de esposos alcohólicos?  Su pasión los lleva no  hacia el amor conyugal, sino a una verdadera “violación intra-conyugal”,  como dijimos en otro lugar.1 El convenio matrimonial no es un instrumento de esclavitud mutua o del sometimiento de uno de los  cónyuges al otro, sino la alianza de amor de dos libertades en vista de  su mutua y completa liberación.  Estamos de acuerdo, por lo tanto, con la opinión de Fr. Zalba2: el deber de aceptar la procreación puede cesar cuando la violencia de uno de los cónyuges ha forzado el acto sexual  hacia el otro,  de un modo contrario a la inalienable dignidad de su persona.

Pablo  VI, notemos claramente, ha continuado en este punto el magisterio de Pío XII, dando por sentado siempre el carácter libre, explícitamente afirmado, de la actividad sexual, la cual envuelve responsabilidades.3  La irresponsabilidad de uno de los cónyuges, el cual, en pasión y bajo su dominio,  desee infligir en el otro su ausencia de amor, puede en ciertos casos raros y bajo ciertas circunstancias, liberar al último de la obligación de la maternidad, la cual puede ser irresponsable. (vea núm. 10)4   Hay muchos casos de paternidad irresponsable, los cuales no quiso Dios,  aunque queriendo y amando infinitamente sus frutos.   El verdadero amor conyugal ejerce sus derechos en la no violencia.  La donación mutua a la que se comprometen ambos cónyuges  tiene como  límite la dignidad inalienable de cada una de sus personas.

Pero en la  Humanae Vitae Pablo VI no se limitó a promover la no violencia sexual en individuos.  El también la defendió para  los pueblos,  denunciando los peligros que la mentalidad anticonceptiva de los individuos representa para las naciones expuestas a la planificación contraceptiva: “¿Quién podría reprochar a un gobierno el aplicar a la solución de los problemas de la colectividad lo que hubiera sido reconocido lícito a los cónyuges para la solución de un problema familiar?" (Núm. 17).

No hay dos moralidades distintas:   una para las personas y otra para las colectividades.  La violencia individual y colectiva que la contracepción impone a la naturaleza humana, tiene sus raíces, sin embargo, en un ateísmo práctico que es denunciado por el Vicario de Cristo.

La violencia contraceptiva tiene su origen
en una secularización ateísta de la sexualidad humana

La mentalidad contraceptiva tiene por objeto reclamar   el poder ilimitado del hombre y la mujer sobre sus propios cuerpos y en particular sobre sus facultades de procreación.  Más precisamente, estas facultades ya ni siquiera son percibidas como tal.   Una visión moderna trata de  sustituir  una concepción doblemente vertical de la sexualidad (dada la  finalidad a través de la procreación de niños para la Gloria del Creador) con una valoración  puramente horizontal de las relaciones sexuales, sin ninguna finalidad que vaya más allá  de la pareja para con  la sociedad y  Dios.  Cuando no se reconoce el origen divino de la sexualidad, tampoco se reconoce su finalidad última y trascendente.

Pablo VI, por el contrario, reivindicó en términos magníficos el dominio soberano de Dios el Creador sobre la sexualidad humana, creada y redimida por Él. "usufructuar el don del amor conyugal respetando las leyes del proceso generador significa reconocerse no árbitros de las fuentes de la vida humana, sino más bien administradores del plan establecido por el Creador. En efecto, al igual que el hombre no tiene un dominio ilimitado sobre su cuerpo en general, del mismo modo tampoco lo tiene, con más razón, sobre las facultades generadoras como tales, en virtud de su ordenación intrínseca a originar la vida, de la que Dios es principio." (Núm. 13).  “La vida humana es sagrada---recordaba Juan XXIII---desde su mismo comienzo revela la mano creadora de Dios” (ibid).

¿Qué   significa  esto?   Es un privilegio del acto conyugal poder involucrar la acción directa de Dios Creador, el origen exclusivo del alma inmortal del niño.  Ninguna otra acción natural de la persona humana implica al Todopoderoso de esta forma.  La mentalidad contraceptiva se niega a reconocer la acción creadora de Dios, atribuyéndose inconscientemente a sí mismo el poder infinito e ilimitado que le pertenece a Dios solamente.  Es  el  orgulloso deseo  de una autonomía sexual absoluta.

No es solo la creación inmediata del alma humana inmortal, un acto sublime y particular de Dios como posiblemente inmanente en este acto conyugal, que la orgullosa mentalidad contraceptiva se rehúsa a reconocer,  sino también la infinita  sabiduría de la Divina Providencia presente y activa en las leyes y ritmos naturales de la fertilidad.  "Dios ha dispuesto con sabiduría leyes y ritmos naturales de fecundidad que por sí mismos distancian los nacimientos."5  La misma Sabiduría  Divina está también en el origen supremo de la esterilidad de actos conyugales realizados fuera de estos períodos fértiles. La mentalidad contraceptiva en el ejercicio de la vida conyugal,  al rehusarse a distinguir períodos fértiles y períodos infecundos,  desprecia deliberadamente las intenciones de la Sabiduría Infinita, la cual es el origen no solo de las almas inmortales, sino también de las leyes que gobiernan los cuerpos.  ¡Ceguera orgullosa y voluntaria, a través  de la cual la inteligencia humana  se niega a aceptar  las consecuencias de las leyes biológicas (que no obstante ha descubierto) las cuales son parte de la naturaleza de la persona humana (Núm. 10)!  Es  en el cuerpo del hombre, así como en su alma, que el ateísmo práctico de la mentalidad contraceptiva se niega a reconocer la acción de Dios.

Se podría objetar que muchas parejas que practican la contracepción, creen en Dios, de un modo general.   Lo hacen, sin duda.  No lo niego.  Pero, ¿creen ellos en la presencia activa de Dios Creador en sus actos fértiles y en la Sabiduría de su Providencia como dueño de sus actos  naturalmente infecundos?   Es precisamente aquí donde  radica   el ateísmo de las parejas que usan contraceptivos.   Lo que ellos fallan en reconocer no es tanto la existencia de Dios, sino su Acción y su Sabiduría.  ¡Todo esto es  expresado   en los  muy concisos párrafos de la Encíclica  Humanae Vitae!

Por el contrario, la continencia periódica es usualmente inseparable del humilde reconocimiento  del acto creador de Dios inmanente en cada acto conyugal fértil, y de la Sabiduría del supremo Legislador inmanente en los actos naturalmente infecundos.  La continencia periódica significa la humildad sexual de la persona humana.   Esta última reconoce concretamente la estructura temporal de su sexualidad así como la dimensión sexual de su temporalidad.

De este modo la persona humana, reconociendo que la sexualidad no es extrínseca sino inherente a él, (Núm. 5)  así como las leyes biológicas que le  conciernen, percibe más allá de la exigencia racional—humana en su esencia pero divina en su origen y propósito—que cada acto matrimonial debe ser intrínsecamente ordenado hacia la vida, a la transmisión de la vida (Núm. II)6,  aún si en un hecho real, debido a una razón accidental y extrínseca, puede permanecer infecundo. Esta razón accidental puede depender de la edad, salud y período del ciclo de la mujer.

La característica de la mentalidad contraceptiva, tan extendida hoy día, es precisamente esta negativa radical a reconocer el intrínseco y esencial ordenamiento de la sexualidad humana para la transmisión de la vida y para la existencia continuada de la humanidad.   Un rechazo que, como veremos, no deja de  ser irracional e inhumano, e incluso deshumanizante.

Promoción de una completa racionalización de la esfera sexual en la perspectiva de la vida eterna

A primera vista la expresión  "racionalización de la esfera sexual" evoca, por diferentes razones históricas, más bien la idea de una autonomía completa de la vida íntima de la pareja con respecto a las normas trascendentes, así  como el uso de medios artificiales para controlar los nacimientos. Eso es, justamente lo que la Encíclica considera irracional…

¿Acaso no es el olvido de lo que constituye la esencia de la virtud de la castidad lo que hace posible tal confusión?

De hecho, para la tradición teológica católica7, la virtud adquirida de la castidad penetra con racionalidad el ejercicio de la vida sexual cuando esta es legítima.

Subordina las pasiones a la razón y a la ley divina, a la vez inmanente y que trasciende la razón humana. Al alentar la continencia periódica y la regulación de los nacimientos sin controles artificiales, Pablo VI  exalta, con toda razón,  una humilde y completa racionalización de la esfera sexual sometida  al conocimiento de la razón humana y al control de la libertad ayudado por la gracia.  El no apela a los instintos, los cuales son  comunes al hombre y otros animales y los cuales  están privados de la razón, pero él hace un llamamiento a la libertad del hombre, a través de la cual el hombre se asemeja a los espíritus puros tal como son los ángeles…

Lo que la Encíclica desea promover no es la transmisión de una vida puramente animal,  sino la de una vida completamente humana y humanizada. De ahí su título:   Humanae Vitae.  Releamos desde este punto de vista el muy delicado párrafo 21: "Una práctica honesta de la regulación de la natalidad exige sobre todo a los esposos adquirir y poseer convicciones sólidas sobre los verdaderos valores de la vida y de la familia, y también una tendencia a procurarse un perfecto dominio de sí mismos. El dominio del instinto, mediante la razón y la voluntad libre, indudablemente requiere prácticas ascéticas, para que las manifestaciones afectivas de la vida conyugal estén en conformidad con el orden recto y particularmente  para observar la continencia periódica. Esta disciplina, propia de la pureza de los esposos, lejos de perjudicar el amor conyugal, le confiere un valor humano más sublime.  Exige un esfuerzo continuo, pero, en virtud de su influjo beneficioso, los cónyuges desarrollan íntegramente su personalidad, enriqueciéndose de valores espirituales".

Sí, la continencia periódica, practicada por amor a Dios (cf. 1 Cor. 7,5), ejerciendo un dominio libre y racional de los instintos, humaniza la sexualidad, dejando libres las fuerzas espirituales de una naturaleza intelectual más elevadas.  Lejos de significar esclavitud en relación a la información puramente biológica,  la  continencia periódica  para regular los nacimientos implica, por el contrario,  la inquietud de satisfacer, en la medida de lo  posible, una solicitud de los hombres y mujeres de nuestro tiempo:   para ver "la prerrogativa de la inteligencia humana dominar las energías de la naturaleza irracional (en este caso el cuerpo humano) y orientarlas hacia un fin en conformidad con el bien del hombre." (Núm. 16)  El cuerpo, irracional como tal, es, como cuerpo humano, sujeto a la regla de la razón, impregnado de racionalidad, si la libertad humana está dispuesta.  Esto es:  si esta razón, ayudada  de hecho por la gracia,  está de acuerdo en reconocer en los ritmos biológicos de su propio organismo (Núm. 5), no un dato ajeno a sí, sino un elemento que es parte integral de la persona humana10  y es aun el  objeto estructurado y determinado por una Ley Divina. (Núm. 11).

En este contexto, la anticoncepción, con todo lo que presupone y la acompaña, se manifiesta como una verdadera alienación  de la persona humana, negándose a reconocer los dinamismos corporales, en sí mismo y como parte de sí mismo, a favor de medios farmacéuticos o mecánicos que son realmente ajenos a él.

Tampoco se debe olvidar que la Encíclica Humanae Vitae promueve esta humanización de la sexualidad  dentro del aún más fundamental designio de su divinización redentora, por medio de las gracias sacramentales del Bautismo, Matrimonio, Confesión y Eucaristía (mencionados juntos en el Núm. 25) y en la perspectiva de la vida eterna: "El problema de la natalidad, como cualquier otro referente a la vida humana, hay que considerarlo, por encima de las perspectivas parciales de orden biológico o psicológico, demográfico o sociológico, a la luz de una visión integral del hombre y de su vocación, no sólo natural y terrena sino también sobrenatural y eterna." (Núm. 7).

La vida humana de esposos y esposas, de padres e hijos,  en cuanto a sus almas inmortales, no termina con la muerte,   sino que conduce a una vida en que todos y cada uno son llamados a gozar eternamente entre todos y  Dios sobre todos.   El muy grave deber de trasmitir la vida humana viene del Dios Eterno y lleva a una vida eterna en Él  no solo, si son fieles, aquellos que gratuitamente reciben esta vida humana, sin haber sido capaces de  pedirla, sino también a todos aquellos que, a solicitud de la humanidad,  acordaron en trasmitirla  como colaboradores libres y responsables del Creador.8

Con la Encíclica  Humanae Vitae Pablo VI deseó anunciar a todos los mortales, a toda la humanidad9, la sublime recompensa por cumplir el deber de transmitir la vida humana:   la vida eterna.

Notas:

1) Cf. B. de Margerie S.J., Sacrements el Developpement integral, Tequi, Paris 1977, p. 42;  ed. inglés Sacraments and Social Progress, Franciscan Herald Press, Chicago 1974, p. 22.
2) M. Zalba S.J., Rassegna di Teologia, 9 (1968), 254.
3) Pius XII, Exhortación el  12.11.1944; 8.9.1955; 12.9.1958.
4) Cf. Aertnys-Damen-Visser, Theologia Moralis, Marietti, Rome 1969, 18 t. IV, par. 509 y  555, pp. 252 ff. and 289 ff.
5) Humanae Vitae, Núm. 10: "la inteligencia descubre, en el poder de dar la vida, leyes biológicas que forman parte de la persona humana”.
6)   Creemos con  L. Ciccone, C.M. que una frase fundamental del Núm. II de la Encíclica no ha sido bien traducido.  El original en latín dice:  "quilibet matrimonii usus and vitam humanam procreandam per se destinatus permaneat".
Ciccone comentó sobre este texto lo siguiente:   "el acto permanece siempre estructurado por una tendencia y orientación hacia la procreación, según el ojo está hecho siempre para ver aun cuando hay falta de elementos esenciales para la visión real y cuando, por consigueinte, la función visual del ojo permanece solo potencial.” (Ciccone, L'Enciclica H.V., Analisi e Commento, "Divus Thomas", Piacenza, 72, 1969, 279). Per se, que significa "esencialmente, intrínsecamente", es opuesto a  per accidens;  mientras que no es posible ver el significado de la traducción: "cada acto matrimonial debe permanecer abierto a la transmisión de la vida”:   ¿en qué sentido el acto conyugal de personas envejecientes permanece abierto a la transmisión de la vida?   El asunto completo queda aclarado cuando notamos el origen explícitamente tomista de la oración latina citada más arriba: Summa contra Gentes, III, 122, Ex quo patet... "secundum se, per accidens: contra naturam... non contra naturam".  Es interesante saber que uno de los puntos decisivos de la Encíclica reproduce literalmente,  aunque sin citarlo, el pensamiento del Doctor Angélico sobre el uso y abuso del matrimonio.
7) Cf. St Thomas Aquinas, Summa Theologica, II.II.151.1: I.II.64.1
8) Cf. Pío XII, Exhortación a las parteras: AAS 45 (1951), 845-846, con nuestra explicación en  Sacraments et Developpement Integral (see n. 1), p. 45 ff.; H.V., n. 1.
9)  La Encíclica está explícitamente dirigida a todos los hombres de buena voluntad.


Traducido por Luz María Hernández Medina para ACI Prensa


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