¡Oh Corazón clementísimo
de Jesús, divino propiciatorio por el cuál prometió
el Eterno Padre que oiría siempre nuestras oraciones! Yo
me uno con Vos para ofrecer a Vuestro Eterno Padre este mi pobre
y mezquino corazón, contrito y humillado en su divino acatamiento,
y deseo reparar cumplidamente sus ofensas, en especial las que
recibís de continuo en la Eucaristía, y señaladamente
las que yo por mi desgracia también he cometido.
Quisiera, divino Corazón,
lavar con lágrimas y borrar con sangre de mis venas las
ingratitudes con que todos hemos pagado vuestro tierno amor.
Junto mi dolor, aunque leve, con aquella angustia mortal que os
hizo en el huerto sudar sangre a la sola memoria de nuestros pecados.
Ofrecédselo, Señor,
a vuestro Eterno Padre unido con vuestro amabilísimo Corazón.
Dadle infinitas gracias por los grandes beneficios que nos hace
continuamente, y supla vuestro amor nuestra ingratitud y olvido.
Concededme la gracia de presentarme siempre con gran veneración
ante el acatamiento de vuestra divina Majestad, para resarcir
de algún modo las irreverencias y ultrajes que en vuestra
presencia me atreví a cometer; y que de hoy en adelante
me ocupe con todo mi conato, en atraer con palabras y ejemplos
muchas almas que os conozcan y gocen las delicias de vuestro corazón.
Desde este momento me ofrezco
y dedico del todo a dilatar la gloria de este sacratísimo
y dulcísimo Corazón. Le elijo por el blanco de todos
mis afectos y deseos, y desde ahora para siempre constituyo en
él mi perpetua morada, reconociéndole, adorándole
y amándole con todas mis ansias, como que es el Corazón
de mi amabilísimo Jesús, de mi Rey y Soberano Dueño,
Esposo de mi alma, Pastor y Maestro, verdadero amigo, amoroso
Padre, Guía segura, firmísimo Amparo y Bienaventuranza. Amén.