Sábado 29 de junio de 2002

1. "Envuélvete en tu manto y sígueme" (Hch 12, 8).

Así el ángel se dirige a Pedro, detenido en la cárcel de Jerusalén. Y Pedro, según la narración del texto sagrado, "salió en pos de él" (Hch 12, 9).

Con esta intervención extraordinaria, Dios ayudó a su apóstol para que pudiera proseguir su misión. Misión no fácil, que implicaba un itinerario complejo y arduo. Misión que se concluirá con el martirio precisamente aquí, en Roma, donde aún hoy la tumba de Pedro es meta de incesantes peregrinaciones de todas las partes del mundo.

2. "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? (...). Levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer" (Hch 9, 4-6).

Pablo fue conquistado por la gracia divina en el camino de Damasco y de perseguidor de los cristianos se convirtió en Apóstol de los gentiles. Después de encontrarse con Jesús en su camino, se entregó sin reservas a la causa del Evangelio.

También a Pablo se le reservaba como meta lejana Roma, capital del Imperio, donde, juntamente con Pedro, predicaría a Cristo, único Señor y Salvador del mundo. Por la fe, también él derramaría un día su sangre precisamente aquí, uniendo para siempre su nombre al de Pedro en la historia de la Roma cristiana.

3. Con alegría la Iglesia celebra hoy juntamente la memoria de ambos. La "Piedra" y el "Instrumento elegido" se encontraron definitivamente aquí, en Roma. Aquí llevaron a cabo su ministerio apostólico, sellándolo con el derramamiento de su sangre.

El misterioso itinerario de fe y de amor, que condujo a Pedro y a Pablo de su tierra natal a Jerusalén, luego a otras partes del mundo, y por último a Roma, constituye en cierto sentido un modelo del recorrido que todo cristiano está llamado a realizar para testimoniar a Cristo en el mundo.

"Yo consulté al Señor, y me respondió, me liberó de todas mis ansias" (Sal 33, 5). ¿Cómo no ver en la experiencia de ambos santos, que hoy conmemoramos, la realización de estas palabras del salmista? La Iglesia es puesta a prueba continuamente. El mensaje que le llega siempre de los apóstoles san Pedro y san Pablo es claro y elocuente: por la gracia de Dios, en toda circunstancia, el hombre puede convertirse en signo del poder victorioso de Dios. Por eso no debe temer. Quien confía en Dios, libre de todo miedo, experimenta la presencia consoladora del Espíritu también, y especialmente, en los momentos de la prueba y del dolor.

4. Queridos y venerados hermanos en el episcopado, el ejemplo de san Pedro y san Pablo nos interpela ante todo a nosotros, constituidos con la ordenación episcopal en sucesores de los Apóstoles. Como ellos, estamos invitados a recorrer un itinerario de conversión y de amor a Cristo. ¿No es él quien nos ha llamado? ¿No es a él mismo a quien debemos anunciar con coherencia y fidelidad?

Me dirijo de modo particular a vosotros, amadísimos metropolitanos, que habéis venido de numerosos países del mundo para recibir el palio de manos del Sucesor de Pedro. Os saludo cordialmente a vosotros, así como a cuantos os han acompañado. El vínculo especial con la Sede apostólica que expresa esta insignia litúrgica es estímulo a un compromiso más intenso en la búsqueda de la comunión espiritual y pastoral en beneficio de los fieles, promoviendo en ellos el sentido de la unidad y de la universalidad de la Iglesia. Custodiad fielmente en vosotros, y en las personas que os han sido encomendadas, la santidad de vida que es don sobrenatural de la gracia del Señor.

Saludo asimismo, con especial afecto, a la delegación enviada por el patriarca de Constantinopla Bartolomé I y guiada aquí por el metropolita Panteleimon. La tradicional visita de los representantes del patriarcado ecuménico para la solemnidad de San Pedro y San Pablo constituye un momento providencial del camino hacia el restablecimiento de la comunión plena entre nosotros. Al inicio del tercer milenio, advertimos con fuerza que debemos recomenzar desde Cristo, fundamento de nuestra fe y misión comunes. "Heri, hodie et in saecula" (Hb 13, 8), Cristo es la roca firme sobre la que está construida la Iglesia.

5. "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). La profesión de fe que Pedro hizo en Cesarea de Filipo cuando el Maestro preguntó a los discípulos: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" (Mt 16, 15), cobra un valor y un significado del todo singulares para nosotros que formamos la comunidad eclesial de Roma. El testimonio de san Pedro y de san Pablo, sellado con el sacrificio extremo de su vida, recuerda a esta Iglesia la ardua tarea de "presidir en la caridad" (Ignacio de Antioquía, Ep. ad Rom., 1, 1).

Fieles de esta amada diócesis mía, seamos cada vez más conscientes de nuestra responsabilidad. Perseveremos en la oración juntamente con María, Reina de los Apóstoles.
Siguiendo el ejemplo de nuestros gloriosos patronos y con su constante apoyo, procuremos repetir en cada momento a Cristo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Tú eres nuestro único Redentor", Redentor del mundo.

 

PALABRAS DEL SANTO PADRE
AL FINAL DE LA CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA


Al término de esta solemne celebración, deseo daros las gracias a todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, que con vuestra devota participación habéis honrado la memoria de san Pedro y san Pablo. En particular, dirijo mi saludo cordial y mi agradecimiento a la delegación de la Iglesia ortodoxa búlgara, guiada por el metropolita Simeón. Recordando mi reciente visita a Bulgaria, invoco las bendiciones celestiales sobre los fieles de esa querida nación.

Felicito a todos los que llevan el nombre de Pedro y Pablo. Feliz fiesta a todos los romanos y a los peregrinos.

Fuente: www.vatican.va