El amor es el móvil que empujó a Cristo Jesús a padecer los sufrimientos de la Pasión

DOM Columba Marmion

Haciendo el relato de la Transfiguración, San Lucas revela este detalle: “Moisés y Elías conversaban con Jesús sobre su muerte”.

Así pues, en el momento en que Cristo levanta, para sus discípulos preferidos, una punta del velo que oculta a las masas el esplendor de su divinidad, habla de su pasión y de su muerte. Aquello parece extraño ¿no es cierto? Y sin embargo, no hay nada ahí, para Cristo, que no pueda ser explicado.

La Pasión marca el punto culminante de la obra que viene a realizar aquí abajo; para Jesús, es la hora en que consuma el sacrificio que debe dar una gloria infinita a su Padre, rescatar a la humanidad, y reabrir  a los hombres las fuentes de la vida eterna. Igualmente Nuestro señor, que se entregó por entero a la voluntad de su Padre, desde el primer momento de su Encarnación, desea ardientemente llegar a la que llama “su” hora, la hora por excelencia. Bautismo habeo baptizari, et quomodo coarctor usquedum perficiatur! ¡“Debo ser bautizado con un bautismo – el bautismo de sangre- y qué angustia me embarga hasta que sea cumplido”! Impacienta a Jesús el ver llegar la hora en que podrá sumergirse en el sufrimiento y sufrir la muerte para darnos la vida.

Ciertamente, no quiere adelantarla; Jesús está completamente sometido a la voluntad de su Padre. San Juan destaca más de una vez que los Judíos trataron de sorprender a Cristo y hacerlo morir; siempre Nuestro señor se escapó, incluso de milagro, “porque su hora aún no había llegado”: Nondum venerat hora ejus.

Pero cuando llega, Cristo se entrega con el mayor ardor, aunque conoce de antemano todos los sufrimientos que esperan a su cuerpo y a su alma: Desiderio desideravit hoc Pascha manducare vobiscum antequam patiar“He deseado vivamente comer esta Pascua con ustedes, antes de sufrir mi pasión”. Ella vino finalmente, la hora esperada desde hacía tanto tiempo.
Contemplemos a Jesús en esta hora. Ese misterio de la Pasión es inefable, y es inmenso, hasta los menores detalles, como lo fueron todas las cosas en la vida del Hombre-Dios. Aquí, sobre todo, estamos a las puertas de un santuario donde no podemos entrar sino con una fe viva y una profunda reverencia.

Un texto de la carta de San Pablo a los Efesios resume los puntos esenciales que debemos considerar en ese misterio. “Cristo, dice, amó a la Iglesia, - y se entregó él mismo por ela- con el fin de hacer aparecer ante él una sociedad gloriosa, sin mancha ni arruga, ni nada parecido, sino que fuese santa e inmaculada”.

En esas palabras se indica el misterio mismo de la pasión: “Jesús se entregó en persona”: Seipsum tradidit. - ¿Y que lo impulsó a entregarse? El amor es la razón profunda del misterio: Dilexit Ecclesiam. Y el fruto de esta oblación de todo Él, por amor, es la santificación de la Iglesia: Ut illam sanctificaret… ut sit sancta et inmaculada.

Cada una de esas verdades reveladas por el Apóstol encierra para nuestras almas tesoros de luz y frutos de vida contemplémoslos durante algunos instantes; veremos de inmediato como debemos participar en la Pasión de Jesús para sacar de ese tesoro y recoger esos frutos.

Dedicado a Françoise Devaux Patel


Traducido del francés por José Gálvez Krüger  para Aci Prensa