Homilía en la Santa Misa de Canonización del Beato Frei Galvão

Aparecida 2007
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe
del 13 al 31 de mayo del 2007 · Aparecida - Brasil
Visita del Papa
del 9 al 13 de mayo del 2007


BRASIL - SÃO PAULO - 11.05.2007

Campo de Marte

Traducción: CELAM

Señores Cardenales
Señor Arzobispo de São Paulo
y Obispos de Brasil y de América Latina
Distinguidas autoridades
Hermanas y Hermanos en Cristo,

«Bendeciré continuamente al Señor / su alabanza no dejará mis labios» (Sal 33,2)

1. Alegrémonoss en el Señor, en este día en el que contemplamos otra de las maravillas de
Dios que, por su admirable providencia, nos permite saborear un vestigio de su presencia,
en este acto de entrega de Amor representado en el Santo Sacrificio del Altar.
Sí, no dejemos de alabar a nuestro Dios. Alabemos todos nosotros, pueblos de Brasil y de
América, cantemos al Señor sus maravillas, porque hizo en nosotros grandes cosas. Hoy,
la Divina sabiduría permite que nos encontremos alrededor de su altar en acción de
alabanza y de agradecimiento por habernos concedido la gracia de la Canonización de
Fray Antonio de Sant’Anna Galvão.

Quiero agradecer las cariñosas palabras del Arzobispo de São Paulo, que fue la voz de
todos vosotros. Agradezco la presencia de cada uno y de cada una, quiera que sean
moradores de esta gran ciudad o venidos de otras ciudades y naciones. Me alegro de que
a través de los medios de comunicación, mis palabras y las expresiones de mi afecto
puedan entrar en cada casa y en cada corazón. Tengan certeza: el Papa os ama, y os ama
porque Jesucristo os ama.

En esta solemne celebración eucarística fue proclamado el Evangelio en el cual Cristo, en
actitud de gran arrobamiento, proclama: «Yo tebendigo, Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque escondiste estas cosas a los sabios y entendidos y las revelaste a los
pequeños» (MT 11,25). Por eso, me siento feliz porque la elevación de Fray Galvão a los
altares quedará para siempre enmarcada en la liturgia que hoy a Iglesia nos ofrece.
Saludo con afecto, a toda la comunidad franciscana y, de modo especial a las monjas
concepcionistas que, desde el Monasterio de la Luz, de la capital paulista, irradian la
espiritualidad y el carisma del primer brasileño elevado a la gloria de los altares.

2. Dimos gracias a Dios por los contínuos beneficios alcanzados por el poderoso influjo
evangelizador que el Espíritu Santo imprimió en tantas almas a través de Fray Galvão. El
carisma franciscano, evangélicamente vivido, produjo frutos significativos a través de su
testimonio de fervoroso adorador de la Eucaristía, de prudente y sabio orientador de las
almas que lo buscaban y de gran devoto de la Inmaculada Concepción de María, de quien
él se consideraba ‘hijo y perpetuo esclavo’.

Dios viene a nuestro encuentro, “busca conquistarnos - hasta la Última cena, hasta al
Corazón traspasado en la cruz, hasta las apariciones y las grandes obras por las cuales Él,
a través de la acción de los Apóstoles, guió el camino de la Iglesia naciente” (Carta encl.
Deus caritas est, 17). Él se revela a través de su Palabra, en los Sacramentos,
especialmente de la Eucaristía. Por eso, la vida de la Iglesia es esencialmente eucarística.

El Señor, en su amorosa providencia nos dejó una señal visible de su presencia.
Cuando contemplemos en la Santa Misa al Señor, levantado en el alto por el sacerdote,
después de la Consagración del pan y del vino, o lo adoramos con devoción expuesto en
la Custodia renovamos con profunda humildad nuestra fe, como hacía Fray Galvão en
laus perennis”, en actitud constante de adoración. En la Sagrada Eucaristía está
contenido todo el bien espiritual de la Iglesia, o sea, el mismo Cristo, nuestra Pascua, el
Pan vivo que bajó del Cielo vivificado por el Espíritu Santo y vivificante porque da Vida
a los hombres. Esta misteriosa e inefable manifestación del amor de Dios por la
humanidad ocupa un lugar privilegiado en el corazón de los cristianos. Deben poder
conocer la fe de la Iglesia, a través de sus ministros ordenados, por la ejemplaridad con
que éstos cumplen los ritos prescritos que están siempre indicando en la liturgia
eucarística el centro de toda obra de evangelización. Por su parte, los fieles deben buscar
recibir y reverenciar el Santo Sacramento con piedad y devoción, queriendo acoger al
Señor Jesús con fe y siempre, cuando fuese necesario, sabiendo recurrir a Sacramento de
la reconciliación para purificar el alma de todo pecado grave.

3. Significativo es el ejemplo de Fray Galvão por su disponibilidad para servir el pueblo
siempre que le era pedido. Consejero de fama, pacificador de las almas y de las familias,
dispensador de la caridad especialmente de los pobres y de los enfermos. Muy buscado
para las confesiones, pues era celoso, sabio y prudente. Una característica de quien ama
de verdad es no querer que el Amado sea agraviado, por eso la conversión de los
pecadores era la grande pasión de nuestro Santo. La Hermana Helena María, que fue la
primera “recogida” destinada a dar inicio al “Recogimiento de Nuestra Señora de la
Concepción”, testimonió aquello que Fray Galvão dijo: “Rezad para que Dios Nuestro
Señor levante a los pecadores con su potente brazo del abismo miserable de las culpas
en las que se encuentran”. Pueda esa delicada advertencia servirnos de estímulo para
reconocer en la misericordia divina el camino para la reconciliación con Dios y con el
prójimo y para la paz de nuestras conciencias.

4. Unidos en comunión suprema con el Señor en la Eucaristía y reconciliados con Dios y
con nuestro prójimo, seremos portadores de aquella paz que el mundo no puede dar.
¿Podrán los hombres y las mujeres de este mundo encontrar la paz si no se concientizan
acerca de la necesidad de reconciliarse con Dios, con el prójimo y consigo mismos? De
elevado significado fue, en este sentido, aquello que la Cámara del Senado de São Paulo
escribió al Ministro Provincial de los Franciscanos al final del siglo XVIII, definiendo a
Fray Galvão cómo “hombre de paz y de caridad”. ¿Qué nos pide el Señor?: «amaos unos
a otros como yo os amo». Pero luego a continuación añade: que «deis fruto y vuestro
fruto permanezca» (cf. Jn 15, 12.16). ¿Y qué fruto nos pide Él, sino que sepamos amar,
inspirándonos en el ejemplo del Santo de Guaratinguetá?
La fama de su inmensa caridad no tenía límites. Personas de todo la geografía nacional
iban a ver a Fray Galvão que a todos acogía paternalmente. Eran pobres, enfermos en el
cuerpo y en el espíritu que le imploraban ayuda.

Jesús abre su corazón y nos revela el pilar de todo su mensaje redentor: «Nadie tiene
mayor amor que aquél que da la vida por sus amigos» (ib.v.13). Él mismo amó hasta
entregar su vida por nosotros sobre la Cruz. También a acción de la Iglesia y de los
cristianos en la sociedad debe poseer esta misma inspiración. Las pastorales sociales si
son orientadas para el bien de los pobres y de los enfermos, llevan en sí mismas este sello
divino. El Señor cuenta con nosotros y nos llama amigos, pues solo a los que se ama de
esta manera, se es capaz de dar la vida proporcionada por Jesús con su gracia.

Como sabemos la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano tendrá como
tema básico: “Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que en Él nuestros pueblos
tengan vida”. ¿Cómo no ver entonces la necesidad de acudir con renovado ardor a la
llamada, a fin de contestar generosamente a los desafíos qué la Iglesia en Brasil y en
América Latina está llamada a enfrentar?

5. «Venid a mí, os que estáis aflictos bajo el fardo, y yo os aligeraré», dice el Señor en el
Evangelio, (MT 11,28). Ésta es la recomendación final que el Señor nos dirige. Cómo no
ver aquí este sentimiento paterno y, al mismo tiempo materno, ¿de Dios por todos sus
hijos? María, la Madre de Dios y Madre nuestra, se encuentra particularmente ligada a
nosotros en este momento. Fray Galvão, asumió con voz profética la verdad de la
Inmaculada Concepción. Ella, la Tota Pulchra, la Virgen Purísima que concibió en su
seno al Redentor de los hombres y fue preservada de toda mancha original, quiere ser el
sello definitivo de nuestro encuentro con Dios, nuestro Salvador. No hay fruto de la
gracia en la historia de la salvación que no tenga como instrumento necesario la
mediación de Nuestra Señora.

De hecho, éste nuestro Santo se entregó de modo irrevocable a la Madre de Jesús desde
su juventud, queriendo pertenecerle para siempre y escogiendo la Virgen María como
Madre y Protectora de sus hijas espirituales.

¡Queridos amigos y amigas, qué bello ejemplo a continuación nos dejó Fray Galvão!
Como son actuales para nosotros, que vivimos en una época tan llena de hedonismo, las
palabras que aparecen en la cédula de consagración de su castidad: “quitadme antes la
vida que ofender a tu bendito Hijo, mi Señor”. Son palabras fuertes, de un alma
apasionada, que deberían hacer parte de la vida normal de cada cristiano, sea él
consagrado o no, y que despiertan deseos de fidelidad a Dios dentro o fuera del
matrimonio. El mundo necesita de vidas limpias, de almas claras, de inteligencias simples
que rechacen ser consideradas criaturas objeto de placer. Es necesario decir no a aquellos
medios de comunicación social que ridiculizan la santidad del matrimonio y la virginidad
antes del casamiento.

Es en este momento que tendremos en Nuestra Señora la mejor defensa contra los males
que afligen la vida moderna; la devoción mariana es garantía cierta de protección
maternal y de amparo en la hora de la tentación. ¿No será esta misteriosa presencia de la
Virgen Purísima cuándo invoquemos protección y auxilio a la Señora Aparecida? Vamos
a depositar en sus manos santísimas la vida de los sacerdotes y laicos consagrados, de los
seminaristas y de todos los vocacionados para la vida religiosa.

6. Queridos amigos, permitidme concluir evocando la Vigilia de Oración de Marienfeld en
Alemania: delante de una multitud de jóvenes, quise definir a los Santos de nuestra época
como verdaderos reformadores. Y añadía: “solo de los Santos, solo de Dios proviene la
verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo” (Homilía, 25/08/2005). Ésta es la
invitación que hago hoy a todos vosotros, del primero al último, en esta inmensa
Eucaristía. Dios dijo: «Sed santos, como Yo soy Santo» (Lv 11,44). Agradezcamos a
Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo, de los cuales nos vienen, por intercesión
de la Virgen María, todas las bendiciones del cielo; este don que, juntamente con la fe es
la mayor gracia que el Señor puede conceder a una criatura: el firme deseo de alcanzar la
plenitud de la caridad, en la convicción de qué no solo es posible, como también
necesaria la santidad, cada cuál en su estado de vida, para revelar al mundo el verdadero
rostro de Cristo, nuestro amigo! ¡Amén!