Los padres de hoy son demasiado demócratas

El autoritarismo es tan pernicioso como la ausencia de autoridad: hay situaciones en las que los padres deben saber decir: ¡No! Y que ese ¡no! sea innegociable, firme, dogma. Los padres deben tener la autoridad de imponer que algo no está bien. Y no ceder en esas cosas importantes. Eso hace al padre relevante a los ojos del hijo. Los padres se pasan hoy de demócratas...

Conocí a Andrea Fiorenza hace un par de años, y me deslumbró su sutileza en el trato de los conflictos de la psique humana. Se ha especializado, encima, en el enmarañado cosmos de la familia, en los problemas de los hijos. Los resuelve de modo que parece mágico, pero no lo es: aplica los principios de la terapia breve estratégica. Es breve porque resuelve los problemas en un corto plazo de tiempo, en pocas sesiones; es estratégica porque los aborda promoviendo cambios colaterales, aparentemente lejanos al problema central... Pero un pequeño cambio desencadena otros.

-De los hijos, ¿qué es lo que más preocupa hoy a los padres?
-Su rendimiento escolar y sus compañías.

-Lo mismo que siempre ha preocupado, ¿no?
-No: antes los padres no estaban tan pendientes de sus hijos. ¡Ahora están volcados en ellos!

-¿Qué ha causado tal cambio?
-Un cambio radical de organización social: antes era más jerárquica, piramidal, y por eso había mayor distancia emocional entre padres e hijos. En la generación anterior a la suya y a la mía, los hijos se dirigían a los padres de usted. Pero hoy la organización social es menos jerárquica, es más horizontal, democrática. Hay mayor proximidad emocional y, por eso, menor solidez de los papeles de padre y de hijo. La confusión de papeles causa disfunciones: el padre actúa casi como amigo del hijo, los hijos actúan casi como padres de sus padres. Los hijos aconsejan a sus padres cómo vestirse, y los padres obedecen. O los hijos deciden las vacaciones estivales de toda la familia.

-Porque hay diálogo: bien, ¿no?
-Si sólo hay diálogo... no basta para que todo funcione bien. Falta autoridad. Si todo es relativo y dialogable, el hijo pierde puntos sólidos de referencia, queda sin guía, y eso le genera ansiedad. Es inevitable. La autoridad es necesaria.

-¿No exagera?
-No. El autoritarismo es tan pernicioso como la ausencia de autoridad: hay situaciones en las que los padres deben saber decir: ¡No! Y que ese ¡no! sea innegociable, firme, dogma. Los padres deben tener la autoridad de imponer que algo no está bien. Y no ceder en esas cosas importantes. Eso hace al padre relevante a los ojos del hijo. Los padres se pasan hoy de demócratas. Tanta democracia familiar crea disfunciones conductuales. Yo imparto mil horas de terapia al año desde ya hace veinte. Y cada día veo más problemas derivados de padres demasiado volcados en sus hijos... y todo porque quieren que sean perfectos. Veo casos de padres que piden cambios de horario laboral en su empresa para estar en casa y hacer los deberes escolares con sus hijos. ¡Eso no es ayudarles! Hacen los deberes con sus hijos. O sea, los hacen ellos, los padres. Cuando vienen esos padres a mi consulta, les pregunto: ¿Qué, cómo te ha ido este mes? ¿Te han aprobado o te han suspendido? ¿A qué universidad irás con tu hijo? El problema es que los padres no aceptan la idea de que su hijo pueda ir mal en la escuela. E intervienen ellos. Y, al intervenir, desincentivan a su niño: el chaval se acomoda a eso, no desarrolla su capacidad de iniciativa, de reacción ante las dificultades, de capacidad de esfuerzo... ¡Un desastre!

-Tengo hijos pequeños. ¿Cómo debo actuar para no acabar así?
-Sin sustituir al niño. Si lo hace, sólo conseguirá anularle. El principio general en el trato con sus hijos debería ser este: Obsérvalo sin intervenir, ten paciencia, dale tiempo, espera a que él solito halle las soluciones a los problemas. Pero sin decirle: Sé responsable. Eso es antinatural. Sólo déle tiempo para que sea él quien, llegado el caso, le pida ayuda. Si actúas antes, usurpas su ánimo, su voluntad. La buena intención de los padres suele perjudicar a los hijos. Quieren fomentar su autoestima, y se obsesionan demasiado: a ver, todos tenemos mayor grado de autoestima en unos aspectos y menor en otros, ¿no? ¡Pues tranquilos!

-Sus terapias deben ser muy solicitadas en escuelas.
-Si en clase un profesor pregunta: ¿Quién sabe en qué año se descubrió América?, unos levantarán la mano y otros no. Creo que es mejor decirles: Escribid todos en un papelito el año del descubrimiento de América. Cuando lo han hecho, el profesor dice 1492: el que lo ha puesto bien, confirmará que lo sabía, y el que lo puso mal, constatará su error, y lo recordará.

-Eso en clase. Pero, ¿y en casa?
-Dígale al niño: Te concedo media hora para los deberes, o para estudiar, ¡y sólo media hora! De 19 a 19,30 horas, por ejemplo. Con despertador: cuando se cumpla el tiempo, se acabó. Fin. Los límites dan valor a lo que sucede dentro de ellos.

-¿Ha tratado algún caso real así? ¿con éxito?
-Cierto chico tenía dificultades de atención. Dedicaba dos horas cada tarde al estudio, con muy pocos frutos. Le ordené: ¡Sólo media hora de estudio, con aviso de un despertador! Luego, nada de estudiar: eres libre. Rendía más en esa media hora que antes en dos horas. Poco después, me rogaba que le ampliase un poco el plazo de tiempo.

-Cuénteme algún caso que haya atendido recientemente.
-El de un niño de nueve años que tartamudeaba: su padre lo llevaba a los mejores especialistas de toda Italia... y el niño empeoraba. Dictaminé que dejasen de llevarlo a especialistas y de someterlo a ejercicios. Porque la atención de los padres, el sentirse tan observado por ellos, lo bloqueaba más y más. ¡No le digáis nada sobre eso!, les ordené. Y ahí empezó la mejoría del niño. Hay una historia que ilustra este caso: un ciempiés caminaba sin problemas hasta que una oruga le dijo: ¡Es increíble cómo caminas tan bien sin tropezarte, con tantos pies! El ciempiés comenzó a prestar atención a sus pies y a querer controlarlos ¡y tropezó! Eso le pasaba a ese niño. Lo que fue sólo un pequeño problema al principio se trató mal... y acabó convirtiéndose en tartamudez. Si intentas controlar el lenguaje, se bloquea... Luego establecí sólo 15 minutos al día de ejercicios controlados. El resto del tiempo, nada.

-Lo malo de los hijos es que no obedecen...
-Porque se les ordena mal. Hay que tener claros los objetivos. Los padres son muy confusos en sus objetivos: quieren que sus hijos se porten bien y estén contentos. ¡Qué objetivos tan difusos! Le aconsejo tres objetivos claros, capitales. Uno: que el niño cumpla sus obligaciones (asearse, ir a la escuela...); dos: que respete a los padres (no insultarlos ni ofenderlos), y tres: que colabore en la comunidad familiar (a servir la mesa, a hacer camas... Que se sienta parte del grupo, con sus derechos y obligaciones). Basta con tener claro esto. Los padres quieren que los hijos hagan a gusto todo, incluso cosas que disgustan, y eso es imposible. A nadie le gusta hacer ciertas cosas. ¡Pero hay que hacerlas! Atravesar dificultades estimula al niño, lo ayuda a crecer bien. ¡Ojalá su hijo tenga alguna dificultad cada día! Y, si no, póngale usted una diariamente.

-Usted titula su libro: Niños y adolescentes difíciles. ¿Qué es ser difícil?
-Explico que es una etiqueta que se les pone: no existen niños o adolescentes difíciles, malos, enfermos... Sólo disfunciones relacionales. Al querer curar o controlar al niño difícil, el problema inicial empeora. Y disfunciones leves se convierten en poco tiempo en problemas complicados.

-¿Qué hacer cuando surge ese problema sencillo?
-Yo localizo en qué punto se ha bloqueado la relación familiar, e introduzco ahí un pequeño cambio de comportamiento. Este pequeño cambio relacional desencadenará una cadena de cambios que hará que el conflicto se disuelva solo.

-Un ejemplo.
-Luca era un niño que cada mañana lloraba al ir al colegio, con las consiguientes escenas de separación dramática ante la puerta de la escuela. La madre, ya por la noche, le preguntaba por sus miedos, le daba ánimos. El padre, por la mañana, en el coche, intentaba ya tranquilizarlo, le prestaba mucha atención... Les ordené esto: Debéis empezar a actuar como si vuestro niño no llorase ya por las mañanas, como si todo fuese bien. Y les dije que, por la mañana, en casa, le dijesen al niño: Querido Luca, para ti quejarte es muy importante, y por eso te pedimos que lo hagas ahora, durante 15 minutos. Estaremos aquí callados, escuchándote. Por favor, empieza a quejarte. El niño respondió que no tenía ganas de quejarse, que quería jugar, y al llegar al colegio se fue corriendo él solo escaleras arriba. Sólo introduje un pequeño cambio relacional padres-hijo. Cuando luego pregunté a los padres: ¿Qué deberiáis hacer ahora para estropear este logro? lo tuvieron muy claro: Volver a prestarle a Luca todas las atenciones y a tranquilizarlo como antes, a comportarnos con él como si fuese a tener miedo de separarse de nosotros. Lo entendieron. Caso resuelto.

Fuente:

http://www.solidaridad.net/vernoticia.asp?noticia=2457