Discurso del Santo Padre en la visita "Ad limina apostolorum" de los prelados de la Conferencia Episcopal de Chile

Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Os recibo con profundo gozo, Pastores de la Iglesia en Chile, durante esta visita ad limina en la que os acercáis a las tumbas de San Pedro y San Pablo, renovando la fe en Cristo Jesús transmitida por los Apóstoles, y que a vosotros os corresponde custodiar como sucesores suyos. Habéis venido a Roma para avivar también los vínculos de comunión con el Sucesor de Pedro y acrecentar vuestra "solicitud por todas las Iglesias" (Christus Dominus, 6).

Agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido el Señor Cardenal Francisco Javier Errázuriz, Arzobispo de Santiago y Presidente de la Conferencia Episcopal, con las que se ha hecho portavoz de vuestros sentimientos de afecto y adhesión al Obispo de Roma, Sede "en la que siempre residió la primacía de la cátedra apostólica" (S. Agustín, Ep. 43, 3), participándome al mismo tiempo vuestras principales inquietudes y esperanzas pastorales.

Al encontrarme con vosotros y alentaros en el incansable trabajo pastoral que desarrolláis, tengo muy presente al pueblo chileno, al que siento siempre muy cercano, del que guardo vivo recuerdo de mis encuentros con él y al que he visitado en su propia tierra, comprobando el profundo arraigo de la fe cristiana en sus gentes y el afecto y fidelidad de Pastores y fieles a la Sede Apostólica. Una hermosa expresión de ello son tantos frutos de santidad en vuestra tierra, como Santa Teresa de los Andes, la Beata Laura Vicuña o el Beato Padre Alberto Hurtado, de cuya santa muerte celebráis el quincuagésimo aniversario.

2. Dichos aspectos son fuente de inspiración y esperanza en vuestra labor pastoral en el momento actual, caracterizado en los comienzos de un nuevo milenio por rápidas transformaciones en tantos ámbitos de la vida humana y por el gran reto del fenómeno de la globalización. En él se perciben a veces serias amenazas para las naciones más débiles, desde un punto de vista económico, técnico y cultural, pero contiene también elementos que pueden ofrecer nuevas oportunidades de crecimiento.

Es de esperar que los esfuerzos del pueblo chileno para insertarse en el mundo global no lo lleven a perder su identidad cultural, evitando que todo se reduzca a un mero intercambio económico y ofreciendo por doquier los mejores valores de su alma patria, fuertemente vinculados a su tradición católica. Esto enriquecerá el ambiente pluricultural cada vez más difuso, mediante actitudes de mutuo respeto y el cultivo de un diálogo que busca apasionadamente la verdad, alejándose de la superficialidad y el relativismo, que promueven el desinterés y deterioran la convivencia.

A ello han de contribuir las Universidades y Escuelas católicas, que gracias a Dios son numerosas en Chile. Estoy seguro que los Obispos continuarán ocupándose de ellas con gran atención, porque están destinadas a llevar a la sociedad chilena el fermento saludable del Evangelio de Cristo.

3. Hoy es necesario iluminar el camino de los pueblos con los principios cristianos, aprovechando las oportunidades que la situación actual ofrece para desarrollar una auténtica evangelización que, con nuevo lenguaje y símbolos significativos, haga más comprensible el mensaje de Jesucristo para los hombres y mujeres de hoy. Por eso es importante, como vosotros mismos habéis indicado, que al inicio del nuevo milenio la Iglesia infunda esperanza, para que todos los cambios del momento actual se conviertan de verdad en un renovado encuentro con Cristo vivo, que impulse a vuestro pueblo a la conversión y la solidaridad.

Teniendo en cuenta que la Revelación cristiana conduce a una "comprensión más profunda de las leyes de la vida social que el Creador inscribió en la naturaleza espiritual y moral del hombre" (Gaudium et spes, 23), la Iglesia, desde su propia misión dentro de la sociedad, no debe eximirse de acompañar y orientar también los procesos que se llevan a cabo en vuestro País en la reforma de aspectos tan cruciales para el bien común, como son, entre otros, la educación, la salud o la administración de la justicia, velando para que sirvan a la promoción de los ciudadanos, particularmente de los más débiles y desfavorecidos.

4. Conozco y valoro cuanto estáis haciendo en favor de la familia, que afronta tantas dificultades de diversa índole y está sometida a insidias que atentan a aspectos esenciales según el proyecto de Dios, como es el matrimonio con carácter indisoluble. Estos esfuerzos, que son un servicio precioso a vuestra Patria, han de ir acompañados también por una pastoral familiar integral, que incluya una adecuada preparación de los cónyuges antes del matrimonio, les asista después, especialmente cuando se presenten las dificultades, y les oriente en la educación de los hijos.

En este aspecto, nada puede suplir una verdadera cultura de la vida, una experiencia profunda de fidelidad o un arraigado espíritu de entrega, sobre lo cual la Palabra de Dios y el Magisterio eclesial iluminan sobremanera la existencia humana. Evangelizar a las familias es presentar a los cónyuges el amor sin límites de Cristo por su Iglesia, que ellos han de reflejar en este mundo (cf. Ef 5, 31s). Se ha de inculcar también en sus miembros la vocación a la santidad a la que son llamados, sin temor a proponer ideales elevados que, si bien en ocasiones pueden parecer difíciles de alcanzar, son los que responden al plan divino de salvación.

5. La reciente experiencia vivida en la última Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Toronto, me lleva también a evocar el Encuentro Continental de jóvenes que tuvo lugar hace unos años en Santiago. Vosotros fuisteis protagonistas de aquella magna convocatoria, seguros de la generosidad de su respuesta y del entusiasmo de su colaboración. En ellos, como les dije en mi mensaje, "late con fuerza un deseo de servicio al prójimo y de solidaridad" (A los participantes en el primer Encuentro Continental Americano de jóvenes, 10-10-1998), que requiere la orientación y la confianza de los Pastores para que se transforme en un encuentro vivo con Cristo, en un decidido proyecto de seguir fielmente su Evangelio y de propagarlo gozosamente en la sociedad chilena y en todo el mundo.

En efecto, no obstante tantos señuelos que invitan al hedonismo, a la mediocridad o al éxito inmediato, los jóvenes no se dejan amedrentar fácilmente por las dificultades y, por tanto, son particularmente sensibles a las exigencias radicales y al compromiso sin reservas cuando se les presenta el verdadero sentido de la vida. No les asusta que éste sea un camino cuesta arriba si descubren a Cristo que lo recorrió primero y está dispuesto a recorrerlo de nuevo con ellos (cf. Discurso en la fiesta de acogida, Toronto, 25-7-2002, 3). Para ellos, llenos de iniciativa, lo más importante es hacerse constructores y artífices de la vida y del mundo al que se asoman. Por eso necesitan saber de vosotros, sin equívocos ni reservas sobre los valores evangélicos, los deberes morales o la necesidad de la gracia divina implorada en la oración y recibida en los sacramentos, cómo "poner piedra sobre piedra para edificar, en la ciudad del hombre, la ciudad de Dios" (En la Vigilia de oración, Toronto, 27-7-2002, 4).

6. Como en otras ocasiones, os encomiendo muy encarecidamente a los sacerdotes, vuestros principales colaboradores en el ministerio pastoral. Ellos necesitan programas bien articulados de formación permanente, sobre todo en los ámbitos de la teología, espiritualidad, pastoral, doctrina social de la Iglesia, que les permitan ser evangelizadores competentes y dignos ministros de la Iglesia en la sociedad de hoy. En efecto, para gran parte del Pueblo de Dios ellos son el cauce principal por el que les llega el Evangelio y también la imagen más inmediata a través de la cual perciben el misterio de la Iglesia.

Por ello, su preparación intelectual y doctrinal ha de ir siempre unida al testimonio de una vida ejemplar, a la estrecha comunión con los Obispos, a la fraternidad con sus hermanos sacerdotes, a la afabilidad en el trato con los demás, al espíritu de comunión con todos los sectores eclesiales de sus comunidades y a ese estilo de paz espiritual y de ardor apostólico que sólo el trato constante con el Maestro puede proporcionar y mantener siempre vivo. Como los discípulos de los que habla el Evangelio de Lucas, han de sentir una alegría incontenible por las maravillas que Jesús hace por medio de ellos (cf. Lc 19, 7), añadiendo así el testimonio personal al anuncio, y el ejemplo de vida a la enseñanza.

Para que los sacerdotes sientan cercana vuestra presencia, es de suma importancia que tratéis con ellos asiduamente de manera personal, "dispuestos a escucharlos y tratarlos con confianza" (Christus Dominus, 16), prestando interés por las dificultades cotidianas que tantas veces les afligen y haciéndoles ver lo precioso que es a los ojos de Dios y de la Iglesia ese abnegado trabajo cotidiano "a menudo escondido que, si bien no aparece en las primeras páginas, hace avanzar el Reino de Dios en las conciencias" (Carta a los Sacerdotes para el Jueves Santo de 2001, 3).

Todo ello redundará también en beneficio de una pastoral vocacional, que ha de acometerse con decisión, continuidad y rigor, pero que tendrá un punto de apoyo insustituible en el atractivo que susciten en los jóvenes quienes muestran la dicha de haber consagrado enteramente su vida a Dios y al servicio de la Iglesia.

Por lo demás, el cultivo de las vocaciones ha de ser siempre un compromiso prioritario para cada Obispo en su diócesis, mediante la oración y la acción específicamente orientadas a ello, como yo mismo he destacado en la Exhortación apostólica Pastores dabo vobis y en tantas otras ocasiones.

7. Este comienzo de milenio, que acerca Chile al segundo centenario de su independencia, plantea a la Iglesia y a todos los ciudadanos el desafío crucial de alcanzar una convivencia plenamente reconciliada en la que, sin ocultar la verdad, se ha de dar cabida al perdón, "que cura las heridas y restablece en profundidad la relaciones humanas truncadas" (Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, 1-1-2002, 3).

La Iglesia, que tiene la misión de ser instrumento de reconciliación de los hombres con Dios y entre sí, ha de ser "la casa y la escuela de la comunión" (Novo millennio inenunte, 43), en la que se sabe apreciar y acoger lo positivo del otro y en la que nadie ha de sentirse excluido.

Precisamente la actitud de marginación, que hace pasar de largo para no encontrar al hermano en necesidad (cf. Lc 10, 31) por ser tal vez molesto e improductivo, es el aspecto negativo de ciertas pautas sociales de nuestro mundo, ante el cual la Iglesia ha de poner un especial empeño en recordar que, precisamente los más necesitados no deben ser considerados el residuo insignificante de un progreso que sólo tiene en cuenta aquello que comporta éxito, acumulación desmesurada de bienes y posición de privilegio.

8. Al terminar este encuentro, os ruego que transmitáis a vuestras comunidades eclesiales mi afecto y cercanía espiritual. Llevad mi agradecimiento a los sacerdotes y a las comunidades religiosas masculinas y femeninas, que con tanta generosidad trabajan por anunciar y dar testimonio del Reino de Dios en Chile, así como a los catequistas y demás colaboradores en las tareas de la evangelización. Comunicad el reconocimiento del Papa a las personas e instituciones dedicadas a la caridad y solidaridad con los más necesitados, pues éste es uno de los grandes desafíos para la vida de la Iglesia en el nuevo milenio (cf. Novo millennio ineunte, 49-50).

Confío vuestros desvelos pastorales a la Santísima Virgen María, bajo la advocación Nuestra Señora del Carmen de Maipú, a la que pido ardientemente que guíe a los queridos hijos e hijas de Chile a encontrarse con Cristo, fuente de vida y verdad, que les ayude a vivir en tan hermosa tierra como hermanos e interceda ante su Divino Hijo para que el País prospere, en paz y concordia, en consonancia con los mejores valores de su tradición cristiana.

A vosotros y a los fieles de cada una de las Iglesias particulares que presidís, imparto de corazón la Bendición Apostólica.


Ciudad del Vaticano, Octubre 2002