Catequesis del Papa Juan Pablo II (2): Salmo 118

1. En nuestro ya largo recorrido por los Salmos que propone la Liturgia de los Laudes, llegamos a una estrofa --exactamente la decimonona-- de la oración más amplia del Salterio, el Salmo 118. Se trata de una parte del inmenso cántico alfabético: el Salmista distribuye su obra en veintidós estrofas que corresponden a la sucesión de veintidós palabras hebreas que comienzan todas con una misma letra del alfabeto. La estrofa que acabamos de escuchar está caracterizada por la letra hebrea «Coph», y representa al orante presentando a Dios su intensa vida de fe y de oración (Cf. versículos 145-152).

2. La invocación al Señor no conoce descanso, pues es una respuesta continua a la propuesta permanente de la Palabra de Dios. Por un lado, se multiplican los verbos de la oración: «Te invoco», «a ti grito», «pido auxilio», «escucha mi voz». Por otro lado, se exalta la palabra del Señor, que propone «leyes», «decretos», «palabras», «promesas», «la voluntad», «mandamientos», «preceptos» y testimonios de Dios. Juntos forman una constelación que es como la estrella polar de la fe y de la confianza del Salmista. La oración se revela, por ello, como un diálogo que se abre cuando ya es de noche y cuando la aurora no ha salido (Cf. v. 147) y continúa durante todo el día, en particular en las dificultades de la vida. De hecho, el horizonte es en ocasiones oscuro y tempestuoso: «ya se acercan mis inicuos perseguidores, están lejos de tu voluntad» (v. 150). Pero el que ora tiene una certeza inquebrantable, la cercanía de Dios con su palabra y su gracia: «Pero Tú, Señor, estás cerca» (v. 151). Dios no abandona al justo en las manos de los que le persiguen.

3. Una vez delineado el sencillo pero incisivo mensaje de la estrofa del Salmo 118 --mensaje apto para el inicio de una jornada--, nos apoyaremos en nuestra meditación en un gran Padre de la Iglesia, san Ambrosio, quien en su Comentario al Salmo 118 dedica 44 párrafos a explicar precisamente la estrofa que acabamos de escuchar.

Retomando la invitación a cantar la alabanza divina desde las primeras horas de la jornada, se detiene en particular en los versículos 147-148: «Me adelanto a la aurora pidiendo auxilio... Mis ojos se adelantan a las vigilias de la noche». En esta declaración del Salmista, Ambrosio intuye la idea de una oración constante, que abraza todo momento: «Quien clama al Señor, tiene que actuar como si no conociera la existencia de un momento particular dedicado a las súplicas al Señor; por el contrario, debe permanecer siempre en actitud de súplica. ¡Ya sea que comamos, ya sea que bebamos, anunciamos a Cristo, rezamos a Cristo, pensamos en Cristo, hablamos de Cristo! ¡Que Cristo esté siempre en nuestro corazón y en nuestra boca!» («Comentario al Salmo 118/2» --«Commento al Salmo 118/2»-- Saemo 10, p. 297).

Haciendo referencia después a los versículos que hablan del momento específico de la mañana, y aludiendo también a la expresión del libro de la Sabiduría que prescribe «adelantarse al sol para dar gracias» a Dios (16, 28), Ambrosio comenta: «Sería grave el que los rayos del sol naciente te sorprendieran desperezándote en la cama con descaro y si una luz más fuerte te hiriera los ojos soñolientos, sumidos todavía por la galbana. Para nosotros es una vergüenza pasar tanto tiempo sin la más mínima práctica de piedad y sin ofrecer un sacrificio espiritual en una noche sin nada qué hacer» (ibídem, op. cit., p. 303).

4. Después, san Ambrosio, al contemplar el sol que sale --como había hecho en otro himno famoso «durante el canto del gallo», el «Aeterne rerum conditor», que ha pasado a formar parte de la Liturgia de las Horas--, nos interpela con estas palabras: «¿Acaso no sabes, hombre, que todos los días estás en deuda con Dios por las primicias de tu corazón y de tu voz? La mies madura todos los días; todos los días madura el fruto. Corre por tanto al encuentro del sol que sale... El sol de justicia quiere ser anticipado y no espera otra cosa... Si te adelantas a la salida de este sol, recibirás como luz a Cristo. Será Él precisamente la primera luz que brillará en lo secreto de tu corazón. Será Él precisamente quien... hará resplandecer para ti la luz de la mañana en las horas de la noche, si meditas en las palabras de Dios. Mientras meditas, sale la luz... A primera hora de la mañana, vete rápidamente a la iglesia y lleva como homenaje las primicias de tu devoción. Y después, si el compromiso del mundo te llama, nadie te impedirá decir: " Mis ojos se adelantan a las vigilias, meditando tu promesa", y con la conciencia tranquila te dedicarás a tus asuntos. ¡Qué bello es comenzar el día con los himnos y los cantos, con las Bienaventuranzas que lees en el Evangelio! ¡Qué provechoso es el que descienda para bendecirte la palabra del Señor; que tú, mientras repites cantando la bendición del Señor, se apodere de ti el compromiso de realizar alguna virtud, si quieres encontrar en tu interior algo que te haga sentirte merecedor de esa bendición divina!» (ibídem, op. cit., pp. 303.309.311.313).

Acojamos también nosotros el llamamiento de san Ambrosio y que todas las mañanas abramos la mirada sobre la vida cotidiana, con sus alegrías y pesadillas, invocando a Dios para que esté cerca de nosotros y nos guíe con su palabra, que infunde serenidad y gracia

Audiencia del Miércoles 15 de enero del 2003