Santa MARÍA DE MATTIASDía festivo: 29 marzo

Santa MARÍA DE MATTIAS
Virgen, fundadora de la Congregación de las Religiosas Adoradoras de la Sangre de Cristo.

Nació un 4 de febrero de 1805 en Vallecorsa, el pueblo más austral de los Estados Pontificios, en la provincia geográfica de Frosinone. Creció en el seno de una familia acomodada con acceso a una buena educación (a pesar de que las mujeres estaban prohibidas de estudiar) y en medio de una profunda fe cristiana.

Producto de los diálogos con su padre, María aprendió e internalizó no sólo las verdades de la fe, sino también, y de manera muy especial, episodios y personalidades de las Sagradas Escrituras. Su padre le leía la Biblia aun cuando ella era bastante joven, por lo que desarrolló un gran amor por Jesús, el Cordero sacrificado por la salvación de la humanidad. Su aprendizaje se daba en un contexto violento y complicado para Vallecorsa y alrededores. Entre 1810 y 1825, la cuidad era víctima de trágicos actos de vandalismo. No es casualidad que en su alma, María comparaba la sangre de los hombres derramada por el odio y la venganza, con la sangre que Cristo derramó por amor, Sangre que nos salva.

Dada su condición social, María creció desprovista de una educación formal y de contactos con extraños. Tanto su niñez como su temprana adolescencia las pasó preocupada por su belleza. Alcanzados ya los 16 o 17 años, empezó una búsqueda por el sentido de su vida; sentía la necesidad de un amor sin límites. Nuevamente, fue a través de los diálogos con su padre, a quien ella le confió la oscuridad de la que su mundo interior sufría, y a través de Nuestra Señora, a quien le pidió que le “de su luz”, que Dios le permitió conocer la belleza de su amor de una manera “mística”. Se le fue manifestado en su plenitud en el Cristo Crucificado, en Cristo que entregó toda su sangre.

Esta experiencia se convirtió en la fuente, la fuerza y la motivación que la llevó por los caminos de Italia “para hacer que todos conozcan el tierno amor del Padre Celestial”, como ella misma dijera, o “a Jesús, el Amor Crucificado”. Estaba convencida de que la transformación de las sociedades debe comenzar en el corazón de las personas, y que una persona es transformada en el momento en que comprende cuan valioso es cada uno ante los ojos de Dios, cuanto Dios ama a cada persona... Jesús derramó toda sus sangre para salvar a la humanidad.

Esta fue la experiencia de María; por lo que intentó guiar a las personas, jóvenes y adultas, hacia el descubrimiento de lo que el Señor le había revelado y que la había cambiado. Su propia experiencia le decía que esta transformación es posible para todos ya que, en 1822, a sus 17 años, Gaspar Del Búfalo (hoy “Santo”) partió a predicar en una misión en Vallecorsa. Ella fue testigo del cambio de las personas. Fue esta la ocasión que generó en su corazón el sueño de imitar lo que el Padre Gaspar estaba haciendo.

Bajo la guía de uno de los compañeros de San Gaspar, el Padre Giovanni Merlín (hoy Venerable), fundó la Congregación de las Hermanas Adoradoras de la Sangre de Cristo en Acuto (Frosinone) el 4 de marzo de 1834, cuando tenía 29 años. No obstante había aprendido a leer y escribir por sus propios medios fue llamada por el Administrador de Anagni, Obispo Giuseppe María Lais, para que sirva de maestra a las jóvenes.

María había acariciado el sueño de reformar la sociedad y el mundo, sin embargo, no restringió sus actividades a su labor en el colegio. También reunió a madres de jóvenes para catequizarlas e incentivar su amor por Jesús, y para enseñarles como vivir sus vidas de una manera cristiana conforme a su situación. Los hombres, a quienes ella no se podía dirigir por las costumbres de su tiempo, se acercaban espontáneamente a escucharla, incluso a escondidas. Los pastores, abandonados a su suerte, pedían ser instruidos por ella, aún cuando la noche hubiera caído. La gente se congregaba en las catequesis religiosas para escuchar a la maestra.

Así, María había pasado de ser una niña tímida e introvertida, a una predicadora que atraía a las niñas, adultos, a quienes ignoraban y a los entendidos, a los laicos y religiosos. Esto sucedía en vista de que cuando hablaba de Jesús y de los misterios de la fe, era como si ella hubiese visto estas realidades personalmente. Su más grande deseo era que “ni siquiera una sola gota de la Sangre Divina fuera desperdiciada”; que Esta alcanzara a todos los pecadores y los purificara para que, bañados en ese río de misericordia, descubran el camino correcto hacia la paz y la unión entre las personas.

Este afán fue asumido por muchos jóvenes y, a través de ellos, María De Mattias fue capaz de abrir cerca de 70 comunidades a lo largo de su vida, tres de las cuales en Alemania e Inglaterra. La mayoría de ellas estaba situada en pueblos asolados de Italia Central, a excepción de Roma, a donde fue llamada por Pío IX para el Hospicio de San Luigi y para el colegio de Civitavecchia.

La vida de Maria De Mattias fue vivida con el único deseo de “dar placer a Jesús” quien había robado su corazón en su juventud, y con el dichoso compromiso de salvar “al querido vecino” de la ignorancia respecto del misterio del amor que Dios le tiene a la humanidad. Todo esto la llevó a no escatimar sus energías; no se rendía cuando se encontraba frente a decepciones o dificultades; siempre trabajó en estrecha comunión con la Iglesia local y Universal, y por amor a Ella.

María de Mattias murió en Roma el 20 de agosto de 1866 y su entierro tuvo lugar en el Cementerio Verano de Roma, siguiendo los deseos del Papa Pío IX, quien escogió una tumba para ella y ordenó se escribiera en bajorrelieve la visión de Ezequiel: “Huesos resecos, oigan las palabras del Señor”.

Su reputación de santidad se mantuvo viva aún después de su muerte. El proceso de su beatificación se inició hace treinta años, culminando éste en la ceremonia de beatificación del 1 de octubre de 1950, cuando Pío XII pronunció sus virtudes. Durante de Consistorio del 7 de marzo de 2003, Su Santidad Juan Pablo II estableció el 18 de mayo de 2003 como la fecha para su canonización.
Fue canonizada en esa fecha por Juan Pablo II, día en que además Su Santidad cumplió 83 años de edad.