Sexto dolor del Corazón de Jesús

María al pie de la Cruz

Y la madre de Jesús estaba en pie cerca de cruz (Juan cap 19)

1er Preludio. Figúrate alma mía a Jesús crucificado sobre la montaña del Calvario y a María en pie cerca de la cruz.
2do preludio. Oh Jesús, rey de los mártires, haz que mi corazón, conmovido por la aflicción del tuyo, renuncie para siempre al pecado, pues sólo él es la causa de nuestros dolores

Consideración

Mira, alma mía a tu divino Redentor, como, en medio de tantos tormentos, inclina la cabeza hacia la tierra y pone sus moribundos ojos en su santísima Madre que, llena de amargura y de dolor, estaba al pie de la cruz. Esta vista traspasó de parte a parte su afligido Corazón y le fue más insoportable que la misma cruz; siendo aquella Virgen purísima la más amante, la Más fiel, la más agradecida, la más santa, y por ser la más semejante a Él, era más digna de su amor que todos los ángeles del cielo, que todos los hombres de la tierra, y, por consecuencia la más amada. Así, es imposible el dar una justa idea del acerbo dolor que experimentó aquel fino Corazón, viendo que sus padecimientos herían profundamente el de su Madre santísima, viendo lo que sufría y lo que aun le quedaba por sufrir, para cumplir los designios de su Eterno Padre. Por eso, olvidando sus propios tormentos, quiso darle algún consuelo: cuidando de ella y dirigiéndole la palabra, hizo que adoptara por Hijo al discípulo que él amaba, diciéndole: Ahí tienes a tu hijo; y al discípulo: Ahí tienes a tu Madre, de este modo, nos mandó a todos en la persona de san Juan, el servirla y honrarla como a nuestra madre. ¡Mira qué mayor muestra  e amor, pues no sólo nos perdona, sino que, antes de exhalar el último suspiro, nos deja la rica herencia de su Santísima Madre!

Oigamos ahora lo que esta Señora reveló a Santa Brígida, de la cruel aflicción que experimentaba el Corazón de Jesús al verla tan angustiada: “Mi hijo, era de milagrosa complexión, y así batallaba en él la muerte con la vida. Estando en este combate de infinitas agonías, volvió hacia mí la vista, y conociendo la grandeza del tormento que padecía mi alma, fue tanta la amargura y tribulación de su amantísimo Corazón, que rindió a la inefable angustia de la muerte, según la humanidad, clamó a ese Eterno Padre diciendo: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”. ¿No eres tú, pecador abominable el que con tus crímenes te has hecho el verdugo de estos dos corazones tan puros e inocentes?

Coloquio. Oh Jesús, amor de mi alma, Oh María esperanza y refugio mío, quítenme las dulzuras de la vida; y ya que pasaron la suya en el dolor, no permitan que yo acabe la mía sin haber gustado la amargura saludable de la cruz, pues soy su esclavo, Oh Dios mí, y el hijo de tu sierva, a quien Tú mismo me diste por madre. Quisiera, amorosísimo Jesús, para darte las debidas gracias por este singular beneficio, tener una la lengua y un corazón de serafín. Bendito seas, Dios de misericordia, que para usarla conmigo me has dado una protectora y una abogada tan poderosa como María.

Propósito: Fijar constantemente nuestra vista en modelos de perfección; consagrar a su servicio  lo que nos queda de vida y persuadirnos que para ser agradables a Dios, es preciso imitar a Jesús y María.

Ramillete espiritual.  Jesús dijo a su Madre. Ahí tienes a tu hijo, y al discípulo: ahí tienes a tu Madre.


Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa