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Viernes, 29 de marzo de 2024

San Policarpo

De Enciclopedia Católica

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Mártir (años 69-155)

Nuestras principales fuentes de información sobre San Policarpo son:

(1) las Epístolas de San Ignacio; (2) la Epístola del propio San Policarpo a los Filipenses; (3) diversos pasajes de San Ireneo; (4) la carta de los de Esmirna relatando el martirio de San Policarpo.

Las Epístolas de San Ignacio

Cuatro de las siete epístolas genuinas de San Ignacio fueron escritas desde Esmirna. En dos de éstas---a los de Magnesia y a los Éfeso---habla de Policarpo. La séptima epístola fue dirigida a Policarpo. Contiene poco o nada de interés histórico en relación con San Policarpo. En las palabras de inicio san Ignacio da gloria a Dios “que me ha concedido ver tu rostro”. Parece apenas seguro inferir de estas palabras, con Pearson y Lightfoot, que los dos no se habían encontrado nunca antes.

La Epístola de San Policarpo a los Filipenses

La Epístola de San Policarpo fue una respuesta a una de los Filipenses, en la que habían pedido a San Policarpo dirigirles algunas palabras de exhortación; hacer seguir con su mismo mensajero una carta dirigida por ellos a la Iglesia de Antioquía; y enviarles alguna de las Epístolas de San Ignacio que pudiera tener. La segunda petición debe subrayarse. San Ignacio había pedido a las Iglesias de Esmirna y Filadelfia que enviaran un mensajero a felicitar a la Iglesia de Antioquía por la restauración de la paz; presumiblemente, por tanto, cuando estuvo en Filippos, dio instrucciones similares a los Filipenses. Este es uno de los muchos aspectos en los que hay tan completa armonía entre las situaciones reveladas en las Epístolas de San Ignacio y la Epístola de San Policarpo, que apenas es posible impugnar la autenticidad de las primeras sin intentar de alguna manera destruir el crédito de la última, que da la casualidad que es uno de los documentos mejor confirmados de la antigüedad. Por consiguiente algunos extremistas, antiepiscopalianos del Siglo XVII, y miembros de la escuela de Tubingen del XIX, rechazaron con audacia la Epístola de Policarpo. Otros intentaron hacer creer que los pasajes que hablaban más a favor de las epístolas ignacianas eran interpolaciones.

Estas teorías no tienen interés ahora que la autenticidad de las epístolas de Ignacio ha dejado de ser cuestionada. El único punto surgido que tenía alguna muestra de plausibilidad (a veces se usó contra la autenticidad, y a veces contra la temprana fecha de la Epístola de San Policarpo) se basaba en un pasaje en el que a primera vista podía parecer que se denunciaba a Marción: “Pues todo el que no confiese que Jesucristo ha venido en la carne es un anticristo; y quienquiera que no confiese el testimonio de la cruz, es un demonio, y quienquiera que pervierta los oráculos del Señor (para servir) sus propios deseos, y diga que no hay ni resurrección ni juicio, este hombre es un primogénito de Satán”. San Policarpo escribió su epístola antes de saber del martirio de San Ignacio. Ahora bien, suponiendo que el pasaje recién citado se hubiera dirigido a Marción (a quien, en una ocasión, como veremos dentro de poco, San Policarpo llamó en su cara “el primogénito de Satán”), la elección se plantea entre rechazar la epístola como espuria por el anacronismo, o retrasar su fecha, y la fecha del martirio de San Ignacio a los años 130-140 cuando Marción sobresalió. Harnack parece haber adoptado en algún momento esta última alternativa; pero ahora admite que no hace falta que haya en absoluto una referencia a Marción en el pasaje en cuestión (Chronologie, I, 387-8). Lightfoot pensaba que la negativa podía ser probada. Según él, no puede referirse a Marción porque no se dice nada de sus errores característicos, vg., la distinción entre el Dios del Antiguo y el Dios del Nuevo Testamento; y porque el antinomianismo atribuido al “primogénito de Satán” es inaplicable al austero Marción (Lightfoot, St. Ignatius and St. Polycarp, I, 585; todas las referencias a Lightfoot (L), salvo que se afirme otra cosa, lo serán a esta obra).

Cuando escribió Lightfoot era necesario reivindicar la autenticidad de las epístolas de San Ignacio y la de San Policarpo. Si las primeras fueran falsificaciones, la última, que las apoya---podría casi decirse que las presupone---debe ser una falsificación de la misma mano. Pero una comparación entre Ignacio y Policarpo muestra que esto es una hipótesis imposible. Las primeras ponen todo el énfasis en el episcopado, la última ni siquiera lo menciona. Las primeras están llenas de enfáticas declaraciones sobre la doctrina de la Encarnación, las dos naturalezas de Cristo, etc. En la última estas cuestiones apenas se tocan. “Las divergencias entre los dos autores en lo que respecta a las citas de las Escrituras es igualmente notable. Aunque las siete cartas de Ignacio son mucho más largas que la Epístola de Policarpo, las citas en esta última son incomparablemente más numerosas, al igual que más precisas, que en las primeras. Las deudas con el Nuevo Testamento son enteramente diferentes en carácter en los dos casos. Las cartas de Ignacio, de hecho, muestran un considerable conocimiento de los escritos incluidos en nuestro Canon del Nuevo Testamento; pero este conocimiento se revela en palabras y frases casuales, metáforas esporádicas, adaptaciones epigramáticas, y coincidencias de pensamiento aisladas... Por otro lado la Epístola de Policarpo está construida frecuentemente frase tras frase a partir de pasajes de los escritos evangélicos y apostólicos... Pero esta divergencia tan sólo forma parte de un contraste más amplio y decisivo, afectando al conjunto del estilo y carácter de los dos escritos. La profusión de citas en la Epístola de Policarpo surge de una falta de originalidad... Por otro lado las cartas de Ignacio tiene una marcada individualidad. Destacan a este respecto entre todos los primitivos escritos cristianos” (op. cit., 595-97).

Diversos pasajes en San Ireneo

En San Ireneo, Policarpo nos llega principalmente como un enlace con el pasado. Ireneo lo menciona cuatro veces: (a) en relación con Papías; (b) en su carta a Florino; (c) en su carta al Papa Víctor; (d) al final de la célebre apelación a la potior principalitas de la Iglesia Romana. En relación con Papías

Por “Adv. Haer.”, V, xxxii, 1, sabemos que Papías fue “un oyente de Juan, y un compañero de Policarpo”.

En su carta a Florino: Florino era un presbítero romano que cayó en la herejía. San Ireneo le escribió una carta de reconvención (de la que un largo extracto se conserva en Eusebio, H. E., V, xx), en la que evocaba sus recuerdos comunes de Policarpo. “Estas opiniones...Florino no son de juicio sólido...Te veo cuando yo aún era un muchacho en Asia Menor en compañía de Policarpo, mientras que tú estabas viviendo prósperamente en la corte real, y esforzándote en situarte bien en ella. Pues recuerdo claramente los incidentes de esa época mejor que los acontecimientos ocurridos recientemente...Puedo describir el mismo lugar en el que el Bienaventurado Policarpo se solía sentar cuando hablaba... su apariencia personal... y como describía su relación con Juan y con el resto que habían visto al Señor, y cómo relataba sus palabras...Puedo testificar en presencia de Dios, que si el bendito y apostólico anciano hubiera oído algo de esta clase, habría gritado, y detenido sus oídos, y dicho según su costumbre, ‘¡Oh buen Dios!, ¿cuántas veces me vas a obligar a soportar tales cosas?’...Esto puede demostrarse por las cartas que escribió a las Iglesias vecinas para su confirmación, etc.”. Lightfoot (op. cit., 448) no fija la fecha de la época en que San Ireneo y Florino fueron compañeros discípulos de San Policarpo más definidamente que entre 135 y 150. De hecho no hay datos para juzgar.

En su carta al Papa Víctor: La visita de San Policarpo a Roma se describe por San Ireneo en una carta al Papa Víctor escrita bajo las siguientes circunstancias. Los cristianos de Asia diferían del resto de la Iglesia en su forma de observar la Pascua. Mientras que las demás Iglesias guardaban la fiesta en domingo, los asiáticos la celebraban el 14 de Nisán, cayera en el día de la semana que fuera. El Papa Víctor intentó establecer la uniformidad, y cuando las Iglesias de Asia rehusaron obedecer, las excomulgó. San Ireneo le reconvino en una carta, parte de la cual se conserva en Eusebio (H.E., V, XXIV), en la que se contrastaba particularmente la moderación desplegada respecto a Policarpo por el Papa Aniceto con la conducta de Víctor. “Entre estos (los predecesores de Víctor) estaban los presbíteros anteriores a Sotero. Ni lo observaban (el 14 de nisán), ni permitían hacerlo a los que les seguían. Y aun así, aun no observándolo, no estaban menos en paz con los que venían a ellos de las parroquias en las que se observaba... Y cuando el bienaventurado Policarpo estuvo en Roma en la época de Aniceto, y estaban un poco en desacuerdo sobre otras cosas, inmediatamente hicieron la paz uno con otro, no preocupándose de discutir sobre esta cuestión. Pues ni pudo Aniceto persuadir a Policarpo...ni Policarpo a Aniceto. Pero aunque las cosas estaban en esta forma, comulgaron juntos, y Aniceto concedió la administración de la Eucaristía en la Iglesia a Policarpo, manifiestamente como señal de respeto. Y se separaron uno de otro en paz”, etc. Hay una dificultad relacionada con esta visita de Policarpo a Roma. Según la Crónica de Eusebio en la versión de San Jerónimo (la versión armenia es bastante indigna de confianza) la fecha de accesión de Aniceto fue en 156-57. Ahora bien, la fecha probable del martirio de San Policarpo fue en febrero de 155. El hecho de la visita a Roma está demasiado bien atestiguado como para ser puesto en cuestión. Debemos por tanto, o renunciar a la fecha del martirio, o suponer que Eusebio fechó con un retraso de un año o dos la accesión de Aniceto. No hay nada irrazonable en esta segunda hipótesis, en vista de la inseguridad que prevalece tan generalmente en las cuestiones cronológicas (para la fecha de la accesión de Aniceto ver Lightfoot, “St. Clement I”, 343).

En su famoso pasaje sobre la Iglesia Romana: Llegamos ahora al pasaje de San Ireneo (Adv. Haer., III, 3) que resalta en su máximo relieve la posición de San Policarpo como enlace con el pasado. Igual que la larga vida de San Juan prolongó la Época Apostólica, así los ochenta y seis años de Policarpo extienden la época sub-apostólica, durante la cual fue posible aprender de palabra de los que habían sido sus oyentes lo que los Apóstoles enseñaron. En Roma la Época Apostólica terminó hacia el año 67 con el martirio de San Pedro y San Pablo, y la época sub-apostólica un cuarto de siglo después cuando murió San Clemente, “que había visto a los bienaventurados Apóstoles”. En Asia la Época Apostólica se retrasó hasta que San Juan murió hacia el año 100; y la época sub-apostólica hasta 155, cuando San Policarpo fue martirizado. En el tercer libro de su tratado “Contra las Herejías”, San Ireneo hace su célebre apelación a las “sucesiones” de los obispos en todas las Iglesias. Está argumentando contra los herejes que profesaban tener una especie de tradición esotérica derivada de los Apóstoles. ¿A quién, pregunta San Ireneo, habrían declarado más probablemente los Apóstoles misterios ocultos que a los obispos a quienes habían confiado sus iglesias? Luego para saber qué enseñaron los Apóstoles, debemos recurrir a las “sucesiones” de obispos por todo el mundo. Pero como faltaría tiempo y espacio si intentamos enumerarlas todas una a una, dejemos que la Iglesia Romana hable por el resto. El acuerdo de las demás con ella es manifiesto por razón de la posición que tiene entre ellas (“pues con esta Iglesia por causa de su potior principalitas la Iglesia entera, esto es, los fieles de todas partes, tienen que estar de acuerdo”, etc.).

Luego sigue la lista de los obispos romanos hasta Eleuterio, el duodécimo desde los Apóstoles, el noveno desde Clemente, “que había visto y conversado con los bienaventurados Apóstoles”. De la Iglesia Romana, que representa a todas las iglesias, el autor pasa a dos Iglesias, la de Esmirna, en la que, en la persona de Policarpo, la época sub-apostólica había llegado hasta un tiempo aún presente en la memoria viva, y la Iglesia de Éfeso, dónde, en la persona de San Juan, la Época Apostólica se había prolongado hasta “el tiempo de Trajano”.De Policarpo dice, “no sólo fue enseñado por los Apóstoles, y vivió en relación familiar con muchos que habían visto a Cristo, sino que también recibió su nombramiento en Asia de los Apóstoles como Obispo de la Iglesia de Esmirna”. Luego sigue hablando de su propio conocimiento personal de Policarpo, su martirio y su visita a Roma, donde convirtió a muchos herejes. Luego continúa, “los hay que le oyeron contar cómo Juan, el discípulo del Señor, cuando fue a tomar un baño en Éfeso, y vio a Cerinto dentro, se precipitó fuera de la sala sin bañarse, con las palabras ‘Huyamos no sea que la sala se desplome, pues Cerinto, el enemigo de la verdad, está dentro’. Sí, y Policarpo mismo, también, cuando en una ocasión Marción se encaró con él y dijo ‘Reconócenos’, replicó, ‘¡Ay, ay!, reconozco al primogénito de Satán’.”

La carta de Esmirna describiendo el martirio de San Policarpo

El martirio de Policarpo se describe en una carta de la Iglesia de Esmirna a la Iglesia de Philomelium “ y a todas las comunidades de la santa Iglesia universal”, etc. La carta comienza con un relato de la persecución y el heroísmo de los mártires. Notorio entre ellos fue un tal Germánico, que animó al resto, y cuando fue expuesto a las fieras, les incitó a matarlo. Su muerte excitó la furia de la multitud, y se alzó el grito “Fuera con los ateos; que busquen a Policarpo”. Pero hubo un tal Quinto, que por su propia voluntad se había entregado a los perseguidores. Cuando vio a las fieras perdió el valor y apostató. “Por lo cual”, comentan los autores de la epístola, “no alabamos a los que se entregan, puesto que el Evangelio no nos lo enseña así”. Policarpo fue persuadido por sus amigos a dejar a la ciudad y ocultarse en una granja. Aquí pasó su tiempo en oración, “y mientras rezaba cayó en un trance tres días antes de su aprehensión; y vio su almohada ardiendo con fuego. Y se volvió y dijo a los que estaban con él, ‘debe ser que seré quemado vivo’”. Cuando sus perseguidores estaban tras su rastro se fue a otra granja. Al ver que se había ido torturaron a dos jóvenes esclavos, y uno de ellos reveló su escondite. Herodes, jefe de la policía, envió un grupo de hombres a detenerle el viernes por la tarde. Aún era posible la huída, pero el anciano rehusó escapar, diciendo, “hágase la voluntad de Dios”. Bajó a encontrar a sus perseguidores, conversó afablemente con ellos, y mandó que les pusieran comida. Mientras estaban comiendo rezó “recordando a todos, altos y bajos, a los que se había encontrado en algún momento, y a la Iglesia Católica de todo el mundo”. Luego fue llevado afuera. Herodes y el padre de Herodes, Nicetas, se le reunieron y lo llevaron en su carruaje, donde intentaron inducirlo a que salvara su vida. Viendo que no podían persuadirlo, lo hicieron salir del carruaje con tanta prisa que se magulló la espinilla. Siguió a pie hasta que llegaron al Estadio, donde una gran multitud se había reunido, al oír la noticia de su aprehensión. “Cuando Policarpo entró en el Estadio le llegó una voz del cielo: ‘Sé fuerte, Policarpo, y haz papel de hombre.’ Y nadie vio al que hablaba, pero los de nuestra gente que estaban presentes oyeron la voz.” Fue al procónsul, cuando le urgía a maldecir a Cristo, al que Policarpo dio su célebre respuesta: “Ochenta y seis años le he servido, y no me ha hecho daño. ¿Cómo puedo entonces maldecir a mi Rey que me salvó?” Cuando el procónsul hubo terminado con el prisionero era demasiado tarde para echarlo a las fieras, pues los juegos habían acabado. Se decidió, por tanto, quemarlo vivo. La multitud se encargó de reunir el combustible, “ayudando en esto con celo muy especial los judíos, como es su costumbre” (cf. el Martirio de Pionio. El fuego, “como la vela de un navío henchida por el viento, hizo un muro alrededor del cuerpo” del mártir, dejándolo ileso. Se ordenó al verdugo que lo apuñalara, y acto seguido, “salió tal cantidad de sangre que apagó el fuego”. (La historia de la paloma saliendo del cuerpo probablemente surgió de una corrupción textual. Ver Lightfoot, Funk, Zahn. Puede haber sido una interpolación del pseudo-Pionio.

Los funcionarios, incitados a ello por los judíos, quemaron el cuerpo no fuera que los cristianos “abandonaran el culto del Crucificado, y empezaran a adorar a este hombre”.

Los huesos del mártir fueron recogidos por los cristianos, y enterrados en un lugar adecuado. “Entonces el bienaventurado Policarpo fue martirizado el segundo día del mes de Kanthicus, el séptimo día antes de las Kalendas de Marzo, un gran Sabbath a la hora octava. Fue aprehendido por Herodes... en el proconsulado de Estacio Quadrato etc.” Este escrito da los hechos siguientes: el martirio tuvo lugar un sábado que caía en 23 de fbrero. Ahora bien, hay dos años posibles para esto, el 155 y el 166. La elección depende de en cuál de los dos fuera Quadrato procónsul de Asia. Mediante los datos cronológicos suministrados por el retórico Aelio Arístides en ciertos detalles autobiográficos que proporciona, Waddington, que es seguido por Lightfoot (“San Ignacio y San Polycarpo”, I, 646 y s.), llegó a la conclusión de que Quadrato fue procónsul en 154-55 (el año del cargo proconsular comenzaba en Mayo). Schmid, de cuyo sistema se encontrará un completo informe en la “Chronologie” de Harnack, argumentando sobre los mismos datos, llegó a la conclusión de que el proconsulado de Cuadrato cayó en 165-66. Durante algún tiempo pareció como si fuera probable que prevaleciera el sistema de Schmid, pero ha fallado en dos puntos:

Arístides nos cuenta que nació cuando Júpiter estaba en Leo. Esto sucedió tanto en 117 como en 129. El sistema de Schmid precisa de la última de estas dos fechas, pero se ha descubierto que la fecha es imposible. Arístides tenía cincuenta y tres años y seis meses de edad cuando un tal Macrino fue gobernador de Asia. “Ahora bien Egger (en el ‘Jahreshefte’ Austriaco, Noviembre de 1906) ha publicado una inscripción que registra la carrera de Macrino, que se le erigió mientras estaba gobernando Asia, y señalaba que como el nacimiento de Arístides fue o bien en 117 o en 129, el gobierno de Macrino debía haber sido o en 170-71 o en 182-83, y ha demostrado que esta última fecha es imposible”. (Ramsay en “The Expository Times”, enero de 1907).

Arístides menciona a un Juliano que fue procónsul de Asia nueve años antes de Cuadrato. Ahora, hubo un Claudio Juliano, que está probado por evidencia numismática y epigráfica que fue procónsul de Asia en 145. Schmid adujo un Salvio Juliano que fue cónsul en 148 y podía, por tanto, haber sido el Procónsul de Asia mencionado por Arístides. Pero una inscripción descubierta en África que da toda la carrera de Salvio Juliano echa por tierra la hipótesis de Schmid. El resultado de la nueva prueba es que Salvio Juliano nunca gobernó Asia, pues era procónsul de África, y no se permitía que la misma persona tuviese ambos altos cargos. La norma es bien conocida; y la objeción es decisiva e insuperable (Ramsay, “Expos. Times”, Febrero de 1904. Ramsay remite a un artículo de Mommsen, “Savigny Zeitschrift für Rechtgeschichte”, xxiii, 54). El sistema de Schmid, por tanto, desaparece, y el de Waddington, pese a algunas dificultades muy reales (el proconsulado de Quadrato muestra una tendencia a desplazarse un año de su sitio), es el dominante. Subsiste, naturalmente, la posibilidad de que el escrito fuera interpolado por una mano posterior. Pero 155 debe ser aproximadamente correcto si San Policarpo fue nombrado obispo por San Juan.

Hay una vida de San Policarpo por el pseudo-Pionius, compilada probablemente a mediados del Siglo IV. Es “enteramente sin valor como contribución a nuestro conocimiento de Policarpo. En cuanto conocemos, no descansa en ninguna tradición, antigua o tardía, y puede probablemente ser considerada como una ficción del propio cerebro del autor.” (Lightfoot, op. cit., iii, 431). El post-scriptum de la carta a los de Esmirna: “Gayo copió este relato de los papeles de Ireneo... y yo, Sócrates, lo escribí en Corinto...y yo, Pionius lo escribí de nuevo”, etc. probablemente procede del pseudo-Pionius. Los muy abundantes extractos de la carta de los de Esmirna dados por Eusebio son una garantía de la fidelidad del texto en los manuscritos que nos han llegado.


Fuente: Bacchus, Francis Joseph. "St. Polycarp." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12. New York: Robert Appleton Company, 1911. <http://www.newadvent.org/cathen/12219b.htm>.

Traducido por Francisco Vázquez