Noveno Día de la Novena al Inmaculado Corazón de María

Oración preparatoria para todos los días

¡Oh María, digna Madre de Dios y tierna Madre nuestra, que apareciendo en Fátima, nos habéis mostrado nuevamente en vuestro Corazón un asilo y refugio segurísimo, y en vuestro Rosario un arma victoriosa contra el enemigo de nuestras almas, dándonos también rica promesa de paz y vida eterna!

Con el corazón contrito y humillado por mis culpas, pero lleno de confianza en vuestras bondades, vengo a ofreceros esta Nvena de alabanzas y peticiones.

Recordando, Señora benignísima, las palabras de Jesús en la Cruz, "Ahí tienes a tu Madre", os digo con todo afecto: ¡Madre, aquí tenéis a vuestro hijo!

Recibid mi corazón, y ya que es palabra vuestra "Quien me hallare, hallará la vida", dadme que amándoos con amor filial, halle y goce aquí la vida de la gracia y después la vida de la gloria. Amén.

Después de la meditación propia del día pídanse las gracias.

Para alcanzarlas, rezar cinco Avemarías al Inmaculado Corazón de María.

Noveno Día: Acto de Consagración al Inmaculado Corazón de María

(Acto de Consagración al Inmaculado Corazón de María compuesto y leído por el Papa Juan Pablo II . Solemnidad de la Anunciación de 1984)

"Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios".

Pronunciando las palabras de esta antífona, con la que la Iglesia de Cristo ora desde hace siglos, nos encontramos hoy ante Ti, Madre, en el año jubilar de la nuestra Redención.

Nos encontramos unidos con todos los Pastores de la Iglesia, con un particular vínculo, constituyendo un cuerpo y un colegio, así como por Voluntad de Cristo los Apóstoles constituían un cuerpo y un colegio con Pedro.

En el vínculo de tal unidad pronunciamos las palabras del presente Acto, en el que deseamos incluir, una vez más, las esperanzas y las angustias de la Iglesia por el mundo contemporáneo.

La Iglesia, recordando aquellas palabras del Señor : "Id ... y enseñad a todas las naciones... He aquí que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20), ha reavivado, en el Concilio Vaticano II, la conciencia de su misión en este mundo.

Y por eso, oh Madre de los hombres y de los pueblos, Tú que conoces todos sus sufrimientos y sus esperanzas, Tú que sientes maternalmente todas las luchas entre el Bien y el mal, entre la Luz y las tinieblas, que sacuden el mundo contemporáneo, acoge nuestro grito que, movidos por el Espíritu Santo, dirigimos directamente a Tu Corazón: abraza, con Amor de Madre y de Sierva del Señor, este nuestro mundo humano, que te confiamos y consagramos, llenos de inquietudes por la suerte terrena y eterna de los hombres y de los pueblos. De un modo especial te confiamos y consagramos aquellos hombres y aquellas naciones, que de esta entrega y de esta consagración tienen particular necesidad.

"¡No desprecies nuestras súplicas, que estamos en la prueba!".

He aquí, encontrándonos ante Ti, Madre de Cristo, ante tu Corazón Inmaculado, deseamos, junto con toda la Iglesia, unirnos a la consagración que por amor nuestro, tu Hijo ha hecho de Sí mismo al Padre : "Por ellos - ha dicho Él - me consagro a Mí mismo, para que también ellos sean consagrados en la Verdad" (Jn, 17,19). Queremos unirnos a Nuestro Redentor en esta consagración por el mundo y por los hombres, la cual en su Divino Corazón, tiene la fuerza de obtener el perdón y de procurar la reparación.

La fuerza de esta consagración dura para todos los tiempos y abraza a todos los hombres, los pueblos y las naciones, y supera todo mal que el espíritu de las tinieblas es capaz de provocar en el corazón del hombre y en su historia y que, de hecho, ha provocado en nuestros tiempos.

Oh ¡Cuán profundamente sentimos la necesidad de consagración para la humanidad y para el mundo: para nuestro mundo contemporáneo, en unión con Cristo mismo! La Obra redentora de Cristo, en efecto, debe ser participada por el mundo por medio de la Iglesia.

¡Seas bendita, sobre toda criatura Tú, Sierva del Señor, que del modo más pleno obedeciste a la divina llamada!.

¡Seas saludada Tú que estás enteramente unida a la Consagración Redentora de Tu Hijo!

¡Madre de la Iglesia! ¡Ilumina al Pueblo de Dios por el camino de la fe, de la esperanza y de la caridad!

Ilumina especialmente aquellos pueblos de los que Tú misma esperas nuestra consagración y nuestra entrega. Ayúdanos a vivir en la verdad de la consagración de Cristo toda la familia humana del mundo contemporáneo.

Confiando a Ti, oh Madre, el mundo, todos los hombres y todos los pueblos, Te confiamos, también la misma consagración del mundo, poniéndola en Tu Corazón Materno.

¡Oh Corazón Inmaculado! ¡Ayúdanos a vencer la amenaza del mal, que tan fácilmente se arraiga en el corazón de los hombres de hoy y que en sus efectos inconmensurables ya grava sobre la vida presente y parece cerrar los caminos hacia el futuro!.

Del hambre y de la guerra ¡líbranos!.

De la guerra nuclear, de una autodestrucción incalculable, de toda guerra, ¡líbranos!

De los pecados contra la vida del hombre desde sus albores, ¡líbranos!.

Del odio y del envilecimiento de la dignidad de los hijos de Dios ¡líbranos!.

De toda clase de injusticias en la vida social, nacional e internacional ¡líbranos!.

De la facilidad de despreciar a los mandamientos de Dios, ¡líbranos!.

De la tentativa de ofuscar en los corazones humanos la verdad misma de Dios, ¡líbranos!

De la pérdida de la conciencia del Bien y del mal, ¡líbranos!.

De los pecados contra el Espíritu Santo, ¡líbranos! ¡líbranos!.

¡Acoge, oh Madre de Cristo, este grito cargado con los sufrimientos de todos los hombres! ¡Cargado con el grito de sociedades enteras!.

Ayúdanos con el poder del Espíritu Santo a vencer todo pecado: el pecado del hombre y el pecado del mundo, el pecado en todas sus manifestaciones.

¡Que se revele, aún por esta vez, en la historia del mundo el infinito poder salvífico de la Redención: poder del Amor Misericordioso! ¡Que Él detenga el mal! ¡Transforme las conciencias! ¡Que en Tu Corazón Inmaculado se manifieste a todos la luz de la Esperanza! Amén.

Oración final para todos los días

¡Oh Corazón de María, el más amable y compasivo de los corazones después del de Jesús, Trono de las misericordias divinas en favor de los miserables pecadores! Yo, reconociéndome sumamente necesitado, acudo a Vos en quien el Señor ha puesto el tesoro de sus bondades con plenísima seguridad de ser por Vos socorrido. Vos sois mi refugio, mi amparo, mi esperanza; por esto os digo y os diré en todos mis apuros y peligros:

¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!

Cuando la enfermedad me aflija, o me oprima la tristeza, o la espina de la tribulación llague mi alma,

¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!

Cuando el mundo, el demonio y mis propias pasiones, coaligados para mi eterna perdición, me persigan con sus tentaciones y quieran hacerme perder el tesoro de la divina gracia,

¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!

En la hora de mi muerte, en aquel momento espantoso del que depende mi eternidad, cuando se aumenten las angustias de mi alma y los ataques de mis enemigos,

¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!

Y cuando mi alma pecadora se presente ante el tribunal de Jesucristo para rendirle cuenta de toda su vida, venid Vos a defenderla y ampararla, y entonces, ahora y siempre,

¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!

Estas gracias espero alcanzar de Vos, ¡oh Corazón amantísimo de mi Madre!, a fin de que pueda veros y gozar de Dios en vuestra compañía por toda la eternidad en el cielo. Amén.