Miércoles 05 de Julio de 2017

Cuando Jesús llegó a la otra orilla, a la región de los gadarenos, fueron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros. Eran tan feroces, que nadie podía pasar por ese camino. Y comenzaron a gritar: "¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?". A cierta distancia había una gran piara de cerdos paciendo.

Los demonios suplicaron a Jesús: "Si vas a expulsarnos, envíanos a esa piara". Él les dijo: "Vayan". Ellos salieron y entraron en los cerdos: estos se precipitaron al mar desde lo alto del acantilado, y se ahogaron. Los cuidadores huyeron y fueron a la ciudad para llevar la noticia de todo lo que había sucedido con los endemoniados. Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio.

Comentario:

Hoy este pasaje del Evangelio nos muestra qué terribles son las consecuencias del pecado en la vida del hombre, cómo pueden volvernos realmente esclavos, como el caso de estos 2 endemoniados. Vivían en un cementerio, en la oscuridad, incluso dice el Evangelio paralelo que los habían encadenado. Esas son las consecuencias del pecado, nos encadenan, nos vuelven esclavos, nos hacen vivir en la oscuridad.

El pecado es verdaderamente una esclavitud, que nos oprime y que vamos permitiendo que tenga un protagonismo en nosotros. Por ejemplo, cuando vamos permitiendo que un vicio crezca en nuestra vida (no me refiero al alcohol o al tabaco), un vicio espiritual: es decir, cuando un pecado se va haciendo muy repetitivo en nuestra vida y por la constante reiteración y la falta de lucha, de hacerle resistencia, se forma un mal hábito en nuestra vida y se va arraigando con raíces fuertes en nosotros. Valiéndose de ellos el Maligno entra a nuestras vidas y nos va desviando.

Pero lo más terrible es el caso de los habitantes de la zona. Que ven a Jesús, ven que es capaz de expulsar el mal, que vence al Maligno, pero aun así le piden que se vaya, porque perdieron sus bienes materiales, que eran los cerdos. Jesús también quiere librarnos del mal, pero a veces nosotros no queremos, estamos aferrados a nuestros cerdos, preferimos que nos deje tranquilos. No caigamos en la tentación maligna, de apartarnos de Jesús cuando vemos nuestro pecado, cuando hemos caído bajo. Por el contrario, es cuando más necesitamos del Señor.

P. Juan José Paniagua