Las personas consagradas y su misión en la escuela. Reflexiones y orientaciones

Congregación para la Educación Católica (Santa Sede)

INTRODUCCIÓN

1. La celebración del segundo milenio de la encarnación del Verbo ha sido para muchos creyentes un tiempo de conversión y apertura al proyecto de Dios sobre la persona humana creada a su imagen. La gracia del Jubileo ha estimulado en el Pueblo de Dios la urgencia de proclamar con el testimonio de la vida el misterio de Jesucristo “ayer y hoy y siempre” y, en Él, la verdad acerca de la persona humana. Además, los jóvenes han manifestado un interés sorprendente en cuanto al anuncio explícito de Jesús. Las personas consagradas, por su lado, han captado la fuerte llamada a vivir en estado de conversión para realizar en la Iglesia su misión específica: ser testigos de Cristo, epifanía del amor de Dios en el mundo, signos legibles de una humanidad reconciliada[i].

2. Las complejas situaciones culturales del comienzo del siglo XXI son un ulterior reclamo a la responsabilidad de vivir el presente como kairós, tiempo favorable, para que el Evangelio llegue con eficacia a los hombres y mujeres de hoy. En esta época problemática, y fascinante a la vez,[ii] las personas consagradas perciben la importancia de la tarea profética que la Iglesia les confía: “recordar y servir el designio de Dios sobre los hombres, tal como ha sido anunciado por las Escrituras, y como se desprende de una atenta lectura de los signos de la acción providencial de Dios en la historia”.[iii] Esa tarea exige la valentía del testimonio y la paciencia del diálogo: es un deber ante las tendencias culturales que amenazan la dignidad de la vida humana, especialmente en los momentos cruciales de su comienzo y su conclusión, la armonía de la creación, la existencia de los pueblos y la paz.

3. Al comienzo del nuevo milenio, en el contexto de profundos cambios que embisten al mundo educativo y escolar, la Congregación para la Educación Católica desea compartir algunas reflexiones, ofrecer algunas orientaciones y suscitar ulteriores profundizaciones en la misión educativa y la presencia de las personas consagradas en la escuela, no sólo católica. El presente documento se dirige principalmente a los miembros de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica, y también a cuantos, comprometidos en la misión educativa de la Iglesia, han asumido de formas diversas los consejos evangélicos.

4. Las presentes consideraciones se sitúan en la línea del Concilio Vaticano II, del magisterio de la Iglesia universal y de los documentos de los Sínodos continentales relativos a la evangelización, la vida consagrada y la educación, en especial la educación escolar. En años anteriores, esta Congregación ha ofrecido orientaciones sobre la escuela católica[iv] y los laicos testigos de la fe en la escuela[v]. En continuidad conel documento sobre los laicos, pretende ahora reflexionar acerca de la aportación específica de las personas consagradas a la misión educativa en la escuela, a la luz de la Exhortación apostólica Vita Consecrata y de las más recientes evoluciones de la pastoral de la cultura[vi], con laconvicción de que: “una fe que no se hace cultura es una fe no acogida en plenitud, no pensada en integridad, no vivida en fidelidad”[vii].

5. La necesidad de la mediación cultural de la fe es una invitación, para las personas consagradas, a ponderar el significado de su presencia en la escuela. Las nuevas situaciones en que trabajan, en ambientes a menudo secularizados y en número mermado en las comunidades educativas, requieren expresar claramente su aportación específica en colaboración con otras vocaciones presentes en la escuela. Se está delineando un tiempo en el que es preciso elaborar respuestas a las preguntas fundamentales de las jóvenes generaciones y presentar una clara propuesta cultural que explicite el tipo de persona y sociedad a las que se quiere educar, y la referencia a la visión antropológica inspirada en los valores del evangelio, en diálogo respetuoso y constructivo con las otras concepciones de la vida.

6. Los desafíos del contexto actual dan nuevas motivaciones a la misión de las personas consagradas, llamadas a vivir los consejos evangélicos y llevar el humanismo de las bienaventuranzas al campo de la educación y de la escuela, que no es, en absoluto, extraño a la encomienda de la Iglesia de anunciar la salvación a todos los pueblos[viii]. “Pero al mismo tiempo constatamos con dolor el acrecentamiento de algunas dificultades que inducen a vuestras comunidades [religiosas] a abandonar el campo escolar. La carencia de vocaciones religiosas, el desinterés por la misión educativa escolar, las dificultades económicas para la gestión de las escuelas católicas, el señuelo de otras formas de apostolado aparentemente más gratificantes ...”[ix]. Esas dificultades, lejos de desanimar, pueden ser fuente de purificación y señal de un tiempo de gracia y salvación (cf. 2Cor 6,2). Invitan al discernimiento y a una actitud de renovación continua. Además, el Espíritu Santo orienta a redescubrir el carisma, las raíces y las modalidades de presencia en el mundo de la escuela, concentrándose en lo esencial: la primacía del testimonio de Cristo pobre, humilde y casto; la prioridad de la persona y de relaciones cimentadas en la caridad; la búsqueda de la verdad; la síntesis entre fe, vida y cultura, y la propuesta eficaz de una visión del hombre respetuosa con el proyecto de Dios.

Así, pues, resulta evidente que las personas consagradas en la escuela, en comunión con los Pastores, desempeñan una misión eclesial de importancia vital en cuanto que, educando, colaboran en la evangelización. Esta misión exige compromiso de santidad, generosidad y cualificada profesionalidad educativa para que la verdad sobre la persona revelada por Jesús ilumine el crecimiento de las jóvenes generaciones y de toda la humanidad. Por tanto, este Dicasterio cree oportuno volver a pergeñar el perfil de las personas consagradas y detenerse en algunas notas características de su misión educativa en la escuela hoy.

 

I. PERFIL DE LAS PERSONAS CONSAGRADAS 

En la escuela de Cristo maestro

7. “La vida consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu. Con la profesión de los consejos evangélicos los rasgos característicos de Jesús – virgen, pobre y obediente – tienen una típica y permanente ‘visibilidad’ en medio del mundo, y la mirada de los fieles es atraída hacia el misterio del Reino de Dios que ya actúa en la historia, pero espera su plena realización en el cielo”[x]. El fin de la vida consagrada consiste en “la conformación con el Señor Jesús y con su total oblación”[xi], por lo que toda persona consagrada está llamada a asumir “sus sentimientos y su forma de vida”[xii], su modo de pensar y obrar, de ser y amar.

8. La inmediata referencia a Cristo y la naturaleza íntima de don para la Iglesia y el mundo[xiii], son elementos que definen identidad y finalidad de la vida consagrada. En ellos la vida consagrada se reencuentra a sí misma, el punto de partida, Dios y su amor, y el punto de llegada, la comunidad humana y sus necesidades. A través de esos elementos cada familia religiosa delinea su propia fisonomía, desde la espiritualidad al apostolado, desde el estilo de vida común al proyecto ascético, al compartir y participar la riqueza de los carismas propios.

9. En cierto modo, la vida consagrada puede ser comparada con una escuela, que cada persona consagrada está llamada a frecuentar durante toda su vida. En efecto, tener en sí los sentimientos del Hijo quiere decir entrar cada día en su escuela, para aprender de Él a poseer un corazón manso y humilde, valiente y apasionado. Quiere decir dejarse educar por Cristo, Verbo eterno del Padre, y ser atraido por Él, corazón y centro del mundo, eligiendo su misma forma de vida.

10. La vida de la persona consagrada es, así, una parábola educativo-formativa que educa en la verdad de la vida y la forma para la libertad del don de sí, según el modelo de la Pascua del Señor. Cada momento de la existencia consagrada es parte de esta parábola, en su doble aspecto educativo y formativo. En efecto, la persona consagrada aprende progresivamente a tener en sí misma los sentimientos del Hijo y manifestarlos en una vida cada vez más conforme con Él, a nivel individual y comunitario, en la formación inicial y enla permanente. Así, pues, los votos son expresión del estilo de vida esencial, virgen y abandonado completamente al Padre escogido por Jesús en esta tierra. La oración se transforma en continuación en la tierra de la alabanza del Hijo al Padre por la salvación de la humanidad entera. La vida común es la demostración de que, en el nombre del Señor, se pueden anudar lazos más fuertes que los que proceden de la carne y la sangre, capaces de superar todo lo que pueda dividir. El apostolado es el anuncio apasionado de Aquél por quien hemos sido conquistados.

11. La escuela de los sentimientos del Hijo va abriendo la existencia consagrada también, a la urgencia del testimonio para que el don recibido llegue a todos. En efecto, el Hijo, “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios” (Flp 2,6), nada se reservó para sí mismo, sino que compartió con los hombres su propia riqueza de ser Hijo. Por ese motivo, aun cuando el testimonio impugna algunos elementos de la cultura circundante, las personas consagradas intentan entablar diálogo para compartir los bienes de que son portadoras. Esto significa que el testimonio habrá de ser nítido e inequívoco, claro e inteligible para todos, de modo que muestre que la consagración religiosa puede decir mucho a toda cultura, en cuanto que ayuda a desvelar la verdad del ser humano.

Respuesta radical

12. Entre los desafíos lanzados hoy a la vida consagrada está el de conseguir manifestar el valor incluso antropológico de la consagración. Se trata de mostrar que una vida pobre, casta y obediente hace resaltar la íntima dignidad humana; que todos están llamados, de forma diversa, según la propia vocación, a ser pobres, obedientes y castos. En efecto, los consejos evangélicos transfiguran valores y deseos auténticamente humanos, pero asimismo relativizan lo humano “presentando a Dios como el bien absoluto”[xiv]. Además, la vida consagrada ha de poder evidenciar que el mensaje evangélico posee una notable importancia para el vivir social de nuestro tiempo y que es comprensible hasta para quien vive en una sociedad competitiva como la nuestra. Finalmente, es tarea de la vida consagrada lograr testimoniar que la santidad es la propuesta de más alta humanización del hombre y de la historia: es proyecto que cada cual en esta tierra puede hacer suyo[xv].

13. En la medida en que las personas consagradas viven con radicalidad los compromisos de la consagración, comunican las riquezas de su vocación específica. Por otra parte, esa comunicación suscita también en quien la recibe la capacidad de una respuesta enriquecedora mediante la participación de su don personal y de su vocación específica. Esa “confrontación-coparticipación” con la Iglesia y el mundo es de gran importancia para la vitalidad de los diversos carismas religiosos y para una interpretación de los mismos adherente al contexto actual y a las respectivas raíces espirituales. Es el principio de la circularidad carismática, gracias al cual el carisma vuelve en cierto modo a donde nació, pero no repitiéndose sin más. De esa forma, la propia vida consagrada se renueva, en la escucha y lectura de los signos de los tiempos y en la fidelidad, creativa y activa, a sus orígenes.

14. La validez de este principio la confirma la historia: desde siempre la vida consagrada ha entretejido un diálogo constructivo con la cultura circundante, unas veces interpelándola y provocándola, otras veces defendiéndola y custodiándola, y, en todo caso, dejándos