Jueves 30 de Marzo de 2017

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido. Otro es el que da testimonio de mí, y yo sé que es válido el testimonio que da de mí. Vosotros mandasteis enviados donde Juan, y él dio testimonio de la verdad. No es que yo busque testimonio de un hombre, sino que digo esto para que os salvéis. Él era la lámpara que arde y alumbra y vosotros quisisteis recrearos una hora con su luz. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan; porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado. Y el Padre, que me ha enviado, es el que ha dado testimonio de mí. Vosotros no habéis oído nunca su voz, ni habéis visto nunca su rostro, ni habita su palabra en vosotros, porque no creéis al que Él ha enviado. «Vosotros investigáis las escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí; y vosotros no queréis venir a mí para tener vida. La gloria no la recibo de los hombres. Pero yo os conozco: no tenéis en vosotros el amor de Dios.» «Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a ése le recibiréis. ¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que os voy a acusar yo delante del Padre. Vuestro acusador es Moisés, en quién habéis puesto vuestra esperanza. Porque, si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».

Comentario:

A pesar de los milagros y obras sorprendentes que Jesús hacía, no le creían. Y no sólo sus obras, también muchos hablaron de Él, preparando su venida, como por ejemplo Juan el Bautista, pero aun así tampoco terminaron de creer. No le creen ni a las obras, ni a las personas, ni a las palabras. Parece que el problema está en el corazón endurecido, en los oídos sordos, en esos ojos que no quieren ver. "Yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibisteis... os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros". Cuando el amor de Dios no está en el corazón, lo que ocupa ese espacio termina siendo el amor egoísta a uno mismo. Y cuando uno está lleno de sí mismo, qué difícil es escuchar o ver algo distinto a lo que uno quiere y termina por no creer. Creámosle a Jesús. Quizá en nuestra vida también nos ha mostrado muchos signos de Su presencia. Dejémonos amar por Dios, para que nuestros ojos puedan ver, nuestros oídos se puedan abrir y nuestro corazón empiece a creer.

P Juan José Paniagua