Formación

Desde el punto de vista meramente humano, para que el diácono sea instrumento en que resuene la palabra de Dios es necesario que reciba formación tanto espiritual como teológica y técnica: las artes de hablar en público, de predicar y de enseñar. Como catequista también debe conocer la Biblia, tal vez no como un profesor, pero sí para poder vivirla y aplicarla a los hechos del diario vivir de los fieles. Ciertamente el ministerio de la palabra lleva la implícita obligación de conocer el Evangelio, de proclamarlo, predicarlo, vivirlo y difundirlo.
 
El Espíritu de los siete dones que se confiere por la ordenación es el de la sabiduría e inteligencia, el de consejo y fortaleza, el de ciencia, el de piedad y del santo temor de Dios (Is. 11, 2-4). El Espíritu obra sobre la naturaleza humana. Por eso la formación es importante para que los dones encuentren terreno fértil en el diácono.
 
Es de notar, que muchos diáconos trabajan en la catequesis bautismal y matrimonial. Ahí no se acaba la actividad diaconal. El diácono, ministro de la palabra, encarna esa palabra en sus ministerios de la liturgia y de la caridad.