El Laico Católico testigo de la Fe en la Escuela

INTRODUCCIÓN

1. Los laicos católicos, hombres y mujeres, dedicados a la escuela elemental y media han ido cobrando con el paso del tiempo una importancia cada vez más relevante.(1) Importancia merecida, que se extiende tanto a la escuela en general como a la escuela católica en particular. De ellos, junto con los demás laicos, sean o no creyentes, depende fundamentalmente en la actualidad que la escuela pueda llevar a la práctica la realización de sus propósitos e iniciativas.(2) La función y la responsabilidad que de esta situación se desprende para todos los laicos católicos que ejercen, en cualquier escuela de los dichos niveles, trabajos de todo tipo como educadores, sean docentes, directivos, administrativos o auxiliares, ha sido reconocida por la Iglesia en el Concilio Vaticano II, específicamente en su Declaración sobre la Educación Cristiana, que nos invita a su vez a ulteriores reflexiones sobre su contenido. Lo cual no significa desconocer ni dejar de admirar las grandes realizaciones que en este campo llevan a cabo los cristianos de otras Iglesias y los no cristianos.

2. La razón de más peso de ese relieve adquirido por el laicado católico, relieve que la Iglesia contempla como positivo y enriquecedor, es teológica. La verdadera entidad del laico dentro del Pueblo de Dios ha ido esclareciéndose en la Iglesia sobre todo en el último siglo hasta desembocar en los dos documentos del Concilio Vaticano II, que establecen en profundidad toda la riqueza y peculiaridad de la vocación laical, la Constitución Dogmática sobre la Iglesia y el Decreto sobre el Apostolado de los Laicos.

3. A esa profundización teológica no han sido ajenas las situaciones sociales, económicas y políticas de los tiempos recientes. El nivel cultural, íntimamente ligado a los avances científicos y técnicos, se ha elevado progresivamente y exige en consecuencia una mayor preparación para el ejercicio de cualquier profesión. A ello se suma la conciencia cada vez más extendida del derecho de la persona a la educación integral, es decir la que responde a todas las exigencias de la persona humana. Estos dos avances de la humanidad han demandado y en parte obtenido un amplísimo desarrollo de la escuela en todo el mundo y un extraordinario aumento en el número de profesionales a ella consagrados y, consiguientemente, del laicado católico que trabaja en la misma.

Este proceso ha coincidido, además, con un considerable descenso del número de sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la enseñanza registrado en los últimos años, a causa de la escasez de vocaciones, la urgencia de atender a otras necesidades apostólicas y, en ocasiones, por el erróneo criterio de que la escuela no era un campo apropiado para la pastoral de la Iglesia.(3) Pero, dado el meritorio trabajo —sumamente apreciado por la Iglesia— que tradicionalmente vienen realizando numerosas familias religiosas en el campo de la enseñanza, la Iglesia no puede menos de lamentar esa disminución de personal que ha afectado a la escuela católica especialmente en algunos países, porque considera que la presencia de los religiosos y de los laicos católicos es necesaria para la integral educación de la niñez y de la juventud.

4. Este conjunto de hechos y causas impulsan a esta S. Congregación a ver en ello un verdadero «signo de los tiempos» para la escuela, a reflexionar especialmente sobre el laico católico como testigo de la fe en lugar tan privilegiado para la formación del hombre y, sin ánimo de exhaustividad, pero con verdadera ponderación de la trascendencia del tema, ofrecer una serie de consideraciones que, completando las ya hechas en el documento «La Escuela Católica», puedan ayudar a todos los interesados en esta cuestión y potenciar ulteriores y más profundos desarrollos de la misma.

I. 
IDENTIDAD DEL LAICO CATÓLICO
EN LA ESCUELA

5. Es necesario, en primer lugar, tratar de perfilar la identidad del laico católico en la escuela, pues su manera de ser testigo de la fe en élla depende de su peculiar identidad en la Iglesia y en su campo de trabajo. Esta S. Congregación, al intentar contribuir a ello, desea prestar un servicio, tanto al laico católico que trabaja en la escuela y que debe tener muy claros los caracteres que conforman su propria vocación, como al Pueblo de Dios, que necesita tener la verdadera imagen de ese laico que forma parte de él y realiza con su trabajo una tarea trascendente para toda la Iglesia.

El laico en la Iglesia

6. Como todo cristiano el laico católico que trabaja en la escuela forma parte del Pueblo de Dios y, como miembro del mismo unido a Cristo por el bautismo, participa de la fundamental y común dignidad de todos los que a él pertenecen. Porque es común la dignidad «por su regeneración en Cristo, común la gracia de hijos, común la vocación a la perfección, una la salvación, una la esperanza y una la indivisa caridad».(4) Y aunque en la Iglesia «algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás, se da una verdadera igualdad entre todos en lo referente a la dignidad y a la acción común de todos los fieles para la edificación del Cuerpo de Cristo».(5)

Como todo cristiano, también el laico es partícipe «del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo»(6) y su apostolado «es la participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, apostolado al cual todos están llamados por el mismo Señor».(7)

7. Esta vocación a la santidad personal y al apostolado, común a todos los fieles, adquiere en muchos aspectos características propias que convierten la vida laical en una vocación específica «admirable» dentro de la Iglesia. «A los laicos pertenece por propia vocación buscar el Reino de Dios, tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales».(8) Viviendo en todas las actividades y profesiones del mundo y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, están llamados por Dios a cumplir en ella «su propio cometido, guiándose por el espíritu evangélico, de modo que, igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación del mundo y de este modo manifiesten a Cristo a los demás, brillando, ante todo, con el testimonio de su vida, de su fe, esperanza y caridad».(9)

8. La restauración y animación cristiana del orden temporal, que corresponde de manera específica a los laicos, comprende tanto el saneamiento de «las estructuras y los ambientes del mundo» (10) que puedan incitar al pecado, como la elevación de esas realidades a la mayor concordia posible con el Evangelio, «de suerte que el mundo se impregne del espíritu de Cristo y alcance más eficazmente su fin en la justicia, la caridad y la paz».(11) «Procuren, pues, seriamente, que por su competencia en los asuntos profanos y por su actividad elevada interiormente por la gracia de Cristo, los bienes creados se desarrollen al servicio de todos y cada uno de los hombres y se distribuyan mejor entre ellos».(12)

9. La evangelización del mundo entraña, con frecuencia, tal variedad y complejidad de circunstancias que sólo los laicos podrán ser testigos eficaces del Evangelio en situaciones concretas y ante muchos hombres. Por eso «están llamados, particularmente, a hacer presente y operante a la Iglesia en los lugares y condiciones donde ella no puede ser la sal de la tierra si no es a través de ellos».(13) Para esa presencia de la Iglesia toda y del Señor a quien ella proclama, los laicos tendrán también que estar preparados y dispuestos a anunciar con la palabra ese mensaje y dar razón del mismo.

10. La experiencia acumulada por los laicos, por su género de vida y su presencia en todos los campos de la actividad humana, los capacita de manera especial para contribuir, dentro de la comunidad que es la Iglesia, a señalar con acierto cuáles son los signos de los tiempos que caracterizan la época histórica que vive actualmente el Pueblo de Dios. Contribuyan, pues, con sus iniciativas, su creatividad y su trabajo competente y entusiasta en este campo, como cosa propia de su vocacion, para que todo el Pueblo de Dios pueda distinguir con más precisión los valores evangélicos y los contravalores que esos signos encierran.

El laico católico en la escuela

11. Los rasgos propios de la vocación de los laicos en la Iglesia, corresponden evidentemente también a aquellos que viven esa vocación en la escuela. El hecho de que los laicos realicen su vocación especifica en muy diversas áreas y estados de la vida humana, hace que su vocación común adquiera características peculiares según sean esas situaciones. Resulta, pues, imprescindible para comprender mejor la vocación del laico católico en la escuela, hacer algunas indicaciones sobre la misma.

La escuela

12. Si bien los padres son los primeros y obligados educadores de sus hijos (14) y su derecho-deber en esta tarea es «original y primaria respecto al deber educativo de los demás»,(15) la escuela tiene un valor y una importancia básica entre todos los medios de educación que ayudan y completan el ejercicio de este derecho y deber de la familia. Por tanto, en virtud de su misión, corresponde a la escuela cultivar con asiduo cuidado las facultades intelectuales, creativas y estéticas del hombre, desarrollar rectamente la capacidad de juicio, la voluntad y la afectividad, promover el sentido de los valores, favorecer las actitudes justas y los comportamientos adecuados, introducir en el patrimonio cultural conquistado por las generaciones anteriores, preparar para la vida profesional y fomentar el trato amistoso entre los alumnos de diversa fndole y condición, induciéndolos a comprenderse mutuamente.(16) También por estos motivos entra la escuela en la misión propia de la Iglesia.

13. La escuela ejerce una función social insustituíble, pues hasta hoy se ha revelado como la respuesta institucional más importante de la sociedad al derecho de todo hombre a la educación, y por tanto a la realización de sí mismo, y como uno de los factores más decisivos para la estructuración y la vida de la misma sociedad. La importancia creciente del entorno y de las instrumentos de comunicación social, con sus contradictorias y a veces nocivas influencias, la extensión continua del ámbito cultural, la cada vez más compleja y necesaria preparación para la vida profesional, de día en día más diversificada y especializada, y la consiguiente incapacidad progresiva de la familia para afrontar por sí sola todos esos graves problemas y exigencias, hace cada vez más necesaria la escuela.

14. A causa de la importancia de la escuela en orden a la educación del hombre, es el mismo educando y, cuando él no esté capacitado todavía para ello, sus padres —a quienes incumbe en primer lugar el derecho de educar a sus hijos(17)— los que tienen el derecho de elegir el modo de esa formación y, por lo tanto, la clase de escuela que prefieren.(18) Aparece así con claridad que no es admisibile, en principio, el monopolio de la escuela por parte del Estado,(19) y que el pluralismo de escuelas hace posible el respeto al ejercicio de un derecho fundamental del hombre y a su libertad, aunque ese ejercicio esié condicionado por múltiples circunstancias según la realidad de cada país. En esa pluralidad de escuelas, la Iglesia presta su contribución específica y enriquecedora con la escuela católica.

Ahora bien, el laico católico desempeña una función evangelizadora en las diversas escuelas, y no sólo la escuela católica, dentro de las posibilidades que los diversos contextos sociopolfticos existentes en el mundo actual le permiten.

El laico católico como educador

15. El mismo Concilio Vaticano II pondera de manera especial la vocación del educador, que es