"¿Dónde te pongo que el sol no te dé?"

Por Carlos Mayora Re

De una u otra manera, todos hemos entrado en contacto con un fenómeno que está cada vez más extendido: los "niños hiperprotegidos". Me refiero a aquellas criaturas cuyos padres mantienen en un ambiente casi de plantas de invernadero.

Motivados por un mal entendido amor hacia sus hijos, se empeñan en evitarles cualquier tipo de riesgo o cualquier actividad que suponga un cierto esfuerzo.

Caricaturizando un poco pueden ser descritos como niños que tienen prácticamente prohibido salir solos a la calle, cuya vida después del colegio se encuentra perfectamente organizada con clases diversas, que compra todo lo que ve en los anuncios de la televisión, come lo que quiere (no lo que debe) y hace lo que le viene en gana.

Entonces no es de extrañar que niños así sean encantadores y obedientes hasta que la vida se les pone cuesta arriba, cuando con la crisis de la preadolescencia y la mayor exigencia escolar, se ven a sí mismos como incapaces de alcanzar resultados satisfactorios por el esfuerzo que conlleva su logro. Para caracterizarles brevemente puede decirse que son niños y niñas incapaces de llevar a término una actividad que no dé satisfacciones a corto plazo, tareas que supongan posponer la gratificación al esfuerzo invertido.

Lo más paradójico de todo esto, es que los niños hiperprotegidos presentan un cuadro muy similar a aquellos cuyos padres han abandonado su educación: tienen una baja autoestima; se mueven por impulsos más que por convencimiento; toleran mal la frustración y buscan satisfacciones inmediatas; les falta realismo, pues se plantean objetivos sin sopesar el esfuerzo que conlleva; no saben enfrentarse a los problemas, los rehuyen; no han aprendido a cargar con las consecuencias de los propios actos; están acostumbrados a las soluciones fáciles... En resumen, son personas inmaduras. Y lo más peligroso de todo esto es que esos niños y niñas tienen más facilidad para dejarse llevar por malas amistades, o por el ambiente que le rodea, y por ello caer en adicciones nocivas o comportamientos incorrectos.

Por supuesto que, como siempre, el mejor remedio es la prevención, sabiendo que si los padres desean ahorrarse esfuerzos en las etapas iniciales de la educación de un niño, luego, más adelante, deberán pagar la factura de su falta de exigencia consigo mismos. La mejor manera de educar la voluntad es enseñar a los hijos a administrar la libertad; a ser responsables de sus actos, a luchar por lograr bienes difíciles, a dejarles -si no peligra seriamente su salud física o moral- que fracasen alguna vez; a que aprendan a respetar las reglas y reconozcan la autoridad (¡cuánto mal hace un padre de familia que se salta un semáforo en rojo cuando va en el carro con su hijo, porque sencillamente "no hay policía"!); a que resuelvan ellos solos sus pequeños problemas; a que ayuden en la casa y no se conviertan en pequeños tiranos a quienes hay que hacerles todos los servicios que se les antojen... En fin, a que vayan madurando de acuerdo a su edad cronológica y puedan poco a poco ser más y más libres.

Muchas veces la tendencia de los padres, cuando se encuentran con un hijo preadolescente o adolescente con crisis de pereza, suele ser violenta ("no gritéis y no seréis ensordecidos", rezaba un manualito de educación que leía hace poco), o desesperada (dejarle hacer lo que quiera, al cabo es su vida). Se haga lo que se haga, en dichos casos la reacción debe ser ir a la raíz, examinar comportamientos propios (de los padres) que puedan estar influyendo negativamente en el hijo, hablar, hablar y hablar con él... y no limitarse solamente a una política de disminución de daños: que los padres ejerzan la autoridad.

La experiencia muestra que cuando se presenta una situación como la descrita, quien primero tiene que cambiar son los padres de familia. El joven necesita en esa situación satisfacer las necesidades básicas: ser "alguien" y saber cuál es el papel que le corresponde en la vida (hasta ahora ha sido hijo de papá, y eso no es suficiente); sentirse querido, recibir afecto (y no sólo cosas materiales), y tener éxito personal (hacer, por sí mismo, algo que valga la pena). Los padres tendrán que dejar de ser ingenuos ("mi hijo es incapaz de contagiarse de cosas malas por los amigos"); ciegos (no ven a tiempo o no quieren ver que su hijo está adquiriendo malas costumbres); desertores (no ejercen como padres, son proveedores materiales) o permisivos ("que tengan todo lo que yo no tuve"). Pues si se capitula ante un hijo con problemas en aras de mantener la paz en la familia, más adelante, sin lugar a dudas, surgirán problemas mucho más serios. Se está jugando el futuro de su hijo pues, ¿dónde podrá trabajar una persona con pobre preparación académica, con falta de fortaleza para enfrentar problemas y solucionarlos, con motivaciones exclusivamente pecuniarias para trabajar, en resumen, alguien a quien no se le pueden confiar responsabilidades? Y es que en esto, como en todo, más vale tarde que nunca, pero también es mucho mejor prevenir que lamentar.