3. La Septuaginta, un texto reconocido por judíos y cristianos.

La Septuaginta asumió la llamada "división tripartita" del Antiguo Testamento, compuesta por la Torah; los Profetas "Anteriores" y "Posteriores" o "nebi'im"; y los "otros escritos" o "ketubi'im".

El primer testimonio de esta división "tripartita" está contenida en el prólogo al libro del Eclesiástico que formó parte de los LXX. El Eclesiástico fue escrito por Jesús Ben Sirá, "el Venerable". El nieto de Ben Sirá, llamado Jesús igual que su abuelo, emprendió en alguna fecha cercana al año 130 A. de C. la laboriosa empresa de traducir al griego las enseñanzas de su abuelo, redactadas en hebreo alrededor del año 180 A. de C.. Ben Sirá "el Joven" instó a los lectores a examinar "con benevolencia y atención" este libro sobre la Sabiduría de la Ley, escrito a semejanza de los Proverbios, para que entrasen "en el conocimiento de estas cosas y se aplicaran más a vivir según la Ley" (13).

Ambos Ben Sirá colocaron el Eclesiástico al mismo nivel de inspiración divina que la Torah y los Profetas. Para ello afirmaban que el espíritu de profecía estaba vigente en la tierra de Israel. Ben Sirá "el Venerable" atestiguó este principio mediante las palabras que Yahvé, Dios, le inspiró a escribir:

"Derramaré la doctrina como profecía, la dejaré a los que buscan sabiduría" (24, 46).

El prólogo del Sirácida daba a entender que existían "otros libros" que reunían similares características de "profecía" y, por lo tanto, compartían el carácter sagrado de la Torah y los Profetas. La Septuaginta recogió estos "libros" en su "colección", con el carácter de sagrados. Se trataba de Tobías, Judit, Sabiduría, Baruch, 1 y 2 Macabeos, conjuntamente con adiciones a Ester (10, 4; 16.24) y a Daniel (3, 24-90).

La información aportada por la Septuaginta y el Sirácida sobre la colección de escritos religiosos divinamente inspirados, y por lo tanto, portadores de autoridad normativa y sagrada, integrantes del "Canon" del Antiguo Testamento, es fundamental para inferir que en los días de la redacción de obras bíblicas tardías como Macabeos (14) y el Eclesiástico, el proceso de asimilación y fijación de los libros sagrados estaba aún vigente.

El filósofo judío Filón, quien también residió en Alejandría, afirmaba que la inspiración no debía circunscribirse solamente a las Escrituras (la Torah y los Profetas), porque habían personas auténticamente sabias, virtuosas e inspiradas, capaces de expresar aquellas cosas "ocultas" de Dios (15).