2. Cállate, es la segunda actitud frente al grito de Bartimeo. Cállate, no molestes, no disturbes. Que estamos haciendo oración comunitaria, estamos en una espiritualidad de profunda elevación, no molestes, no disturbes. A diferencia de la actitud anterior, esta escucha reconoce, toma contacto con el grito del otro. Sabe que está y reacciona de una forma muy simple, reprendiendo. Son los obispos, los curas, las monjas, los Papas del dedo así (el Papa sacude su dedo índice en señal de regaño). En Argentina decimos de las maestras del dedo así (el Papa vuelve sacude su dedo índice en señal de regaño), esta es una maestra del tiempo de Irigoyen (Presidente de Argentina de 1852 a 1933) que enseñaban una disciplina muy dura. Y pobre pueblo fiel de Dios, cuántas veces es retado por el mal humor o por la situación personal de un seguidor o seguidora de Jesús. Es la actitud de quienes frente al pueblo de Dios, lo están continuamente reprendiendo, rezongando, mandándolo callar. Dale una caricia por favor, escúchalo, dile que Jesús lo quiere, eso no se puede hacer, Señor saque al chico de la Iglesia que está llorando y yo estoy predicando, como si el llanto de un chico no fuese una sublime predicación. Es el drama de la conciencia aislada, de aquellos discípulos y discípulas que piensan que la vida de Jesús es solo para los que se creen aptos. En el fondo hay profundo desprecio al santo pueblo fiel de Dios. Este ciego que tiene que meterse, que se quede ahí. Parecería lícito que encuentren espacio solamente los «autorizados», una «casta de diferentes» que poco a poco se separa, se diferencia de su pueblo.
Han hecho de la identidad una cuestión de superioridad. Esa identidad que es pertenencia se hace superior, ya no son pastores sino capataces. Yo llegué hasta acá, ponte en tu sitio. Escuchan pero no oyen, ven pero no miran. Me permito una anécdota que viví hace como (el Papa Francisco se queda pensando) Año 75 .Yo le había hecho una promesa al Señor del Milagro de ir todos los años a Salta en peregrinación para el Milagro si mandaba cuarenta novicios… mandó cuarenta y uno.
Bueno, después de una concelebración porque ahí, como en todo gran Santuario, Misa tras Misa, confesiones, imparable. Y yo salía, hablando con un cura que me acompañaba y estaba conmigo, había venido conmigo y se acerca una señora ya a la salida con unos santitos. Una señora muy sencilla, no sé, sería de Salta o habría venido de no sé dónde que a veces tardan días en llegar a la capital para la Fiesta del Milagro. "Padre, ¿me lo bendice?" le dice al cura que me acompañaba. "Señora ¿Usted estuvo en misa?" "Sí padrecito" "Bueno, ahí la bendición de Dios, la presencia de Dios, bendice todo, todos los santos" "Sí padrecito, sí padrecito" "y después de la bendición final bendice todo" "Sí padrecito, sí padrecito" En ese momento, sale otro cura, amigo de este pero que no se habían visto y le dice "¡Oh! ¿Tú acá?" Se da la vuelta y la señora que no sé cómo se llamaba, digamos la señora "Sí Padrecito" me mira y me dice, Padre, me lo bendice usted? Los que siempre le ponen barreras al pueblo de Dios, los separan, escuchan, pero no oyen, le echan un sermón, ven pero no miran.
La necesidad de diferenciarse les ha bloqueado el corazón. La necesidad consciente o inconsciente de decirse: no soy como él, no soy como ellos, los ha apartado no sólo del grito de su gente, ni de su llanto, sino especialmente de los motivos de alegría. Reír con los que ríen, llorar con los que lloran, he ahí, parte del misterio del corazón sacerdotal. Y del corazón consagrado. A veces hay castas que nosotros con esta actitud vamos haciendo y nos separamos.