¿Vale la pena ser monja de clausura?

¿Vale la pena ser monja de clausura?
Foto referencial: Wikipedia Marques De La Force (CC-BY-SA-3.0)

En la Arquidiócesis de México, recientemente diez jóvenes realizaron sus votos perpetuos como religiosas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús y escogieron vivir hasta el final de sus vidas en un convento. Pero, en la actualidad, ¿son necesarias las monjas de clausura?

Muchas veces cuando se piensa en este estilo de vida, las personas se imaginan a mujeres encerradas, alejadas del mundo, con problemas para relacionarse, frustradas o con alguna decepción amorosa, gente misteriosa que no hace nada productivo y que sólo se dedican a rezar.

El Papa Francisco, en su mensaje a las Monjas de Clausura que dio en su Visita Pastoral a Asís en el 2013, explicó que "la normalidad de nuestro pensamiento diría que esta religiosa está aislada, sola con el Absoluto, sola con Dios; es una vida ascética, penitente".

"Pero este no es el camino de una religiosa de clausura católica, ni siquiera cristiana. El camino pasa por Jesucristo, siempre… Las religiosas de clausura están llamadas a tener una gran humanidad… ser personas que saben comprender los problemas humanos, saben perdonar, saben pedir al Señor por las personas", enfatizó el Pontífice.

Este llamado del Santo Padre parece tenerlo muy presente la Coordinadora de la Unión de Contemplativas de la Arquidiócesis de México, Madre Guadalupe Labarthe, cuando en sus declaraciones a SIAME destacó que "la vocación a la vida contemplativa es un regalo de Dios a una persona que quiere centrar toda su vida en Jesús".

"Es una llamada al amor por el amor en Sí mismo; se trata de una vida sumamente sencilla, pero que está centrada en Jesús", explicó.

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Es por ello que las religiosas contemplativas se dedican a orar "por las situaciones complejas de la familias, por los que no tienen trabajo, los enfermos, los drogadictos, los jóvenes, por el dolor moral de tantas personas, para que a todos les lleguen sus bendiciones y ayuda", señaló la Madre Guadalupe. 

Dependiendo de cada orden religiosa con su carisma, hay las que se dedican las 24 horas del día a la adoración al Santísimo, con religiosas que se alternan por turnos. Así como las que se centran en la oración personal, desde sus celdas (cuartos) o con la celebración de la Liturgia de las Horas, que también se puede rezar en comunidad. 

Su misión es hacer presente ante Jesús las penas y pesares de la humanidad y de las personas que les hacen llegar sus intenciones por teléfono, internet, de manera personal, etc.

"Oramos por las situaciones complejas de las familias, por los que no tienen trabajo, los enfermos, los drogadictos, los jóvenes, por el dolor moral de tantas personas, para que a todos les lleguen sus bendiciones y ayuda", describió la Madre Guadalupe.

El ambiente de silencio y oración, no evita que tengan espacios de convivencia y de trabajo para la elaboración de ornamentos, hostias, galletas, dulces y otros alimentos que le permitan obtener ingresos para subsistir.

Aunque algunos piensen que este tipo de vida "ha pasado de moda", lo cierto es que ahora más que nunca no pierde su sentido porque las oraciones son necesarias para contrarrestar la injusticia, el odio, la violencia, la corrupción, la carencia de valores y la pérdida de la fe, entre otros.

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El ejemplo de estas 10 jóvenes que hicieron sus votos perpetuos y los 39 conventos de distintas órdenes religiosas en la Arquidiócesis de México muestra que el dejarlo completamente todo para entregar la vida a Dios en un monasterio también lleva a la plena felicidad.

"Dejamos todo por amor a Él, pero no te separa del mundo, porque Jesús vino al mundo a salvarnos a todos, al contrario, nosotras somos como un puente para interceder por todo lo que la humanidad necesita, como una voz silenciosa en la Iglesia". 

Para terminar, es importante recordar lo que San Juan Pablo II dijo en una ocasión sobre esta vocación. 

"La vida contemplativa ha ocupado y seguirá ocupando un puesto de honor en la Iglesia. Dedicada a la plegaria y al silencio, a la adoración y a la penitencia desde el claustro", porque "la Iglesia sabe bien que su vida silenciosa y apartada, en la soledad exterior del claustro, es fermento de renovación y de presencia del Espíritu de Cristo en el mundo". 

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