Señor Presidente, han pasado 25 años desde la proclamación de la independencia de Georgia, que durante este periodo, renovando su libertad plena, ha construido y consolidado sus instituciones democráticas y ha buscado los caminos para garantizar un desarrollo lo más incluyente y auténtico posible. Todo esto no sin grandes sacrificios, que el pueblo ha afrontado valientemente para asegurarse la tan anhelada libertad. Deseo que el camino de paz y desarrollo prosiga con el compromiso solidario de todos los miembros de la sociedad, con el fin de crear las condiciones de estabilidad, equidad y respeto a las leyes que favorezcan el crecimiento e aumenten las oportunidades para todos.
Este progreso autentico y duradero tiene como condición preliminar indispensable el pacífico entendimiento entre todos los pueblos y los Estados de la región. Esto exige que crezcan sentimientos de mutua estima y consideración, los cuales no pueden descuidar el respeto de las prerrogativas soberanas de cada uno de los países en el marco del derecho internacional. Con el fin de abrir rutas que conduzcan a una paz duradera y a una verdadera colaboración, hay que tener en cuenta que los principios relevantes para una ecuánime y estable relación entre los Estados están al servicio de la concreta, ordenada y pacifica convivencia entre las naciones. En muchos lugares de la tierra, en efecto, parece prevalecer una lógica que hace difícil mantener las legítimas diferencias y controversias que siempre pueden surgir en un ámbito de confrontación y diálogo civil, donde prevalezca la razón, la moderación y la responsabilidad. Esto es tanto más necesario en el momento histórico actual, en el que no faltan también extremismos violentos que manipulan y distorsionan principios de naturaleza civil y religiosa para subordinarlos a oscuros diseños de dominio y de muerte.
Es preciso que todos se preocupen en primer lugar por la suerte de los seres humanos en su concreción y realicen con paciencia todo intento para evitar que las divergencias desemboquen en violencia, que puede causar enormes daños para el hombre y la sociedad. Cualquier distinción de carácter étnico, lingüístico, político o religioso, en vez de ser usados como pretexto para transformar las divergencias en conflictos y los conflictos en interminables tragedias, puede y debe ser para todos fuente de enriquecimiento recíproco en favor del bien común. Esto requiere que cada uno ponga plenamente a disposición las propias capacidades, teniendo ante todo la posibilidad de vivir en paz en su tierra o de regresar libremente si, por cualquier motivo, fue obligado a abandonarla. Deseo que los responsables públicos continúen preocupándose por la situación de estas personas, afanándose en la búsqueda de soluciones concretas más allá de las cuestiones políticas no resueltas. Se requieren altas miras y valor para reconocer el bien autentico de los pueblos y perseguirlo con determinación y prudencia, y es indispensable tener siempre presente los sufrimientos de las personas para continuar con convicción el camino, paciente y laborioso pero apasionante y liberador, de la construcción de la paz.