También estuvo aquí el santo Papa Juan Pablo II, la primera vez de un Sucesor de Pedro, en un momento muy importante, en el umbral del Jubileo del 2000: vino a reforzar los «vínculos profundos y fuertes» con la Sede de Roma (Discurso en la ceremonia de bienvenida, Tiflis, 8 noviembre 1999) y a recordar lo importante que era, en el umbral del tercer Milenio, «la contribución de Georgia, esta antigua encrucijada de culturas y tradiciones, a la construcción […] de una civilización del amor» (Discurso en el Palacio patriarcal, Tiflis, 8 noviembre 1999).
Ahora, la Providencia divina ha querido que nos encontremos de nuevo y, frente a un mundo sediento de misericordia, de unidad y de paz, nos pide que se dé un nuevo impulso, un renovado fervor a los lazos que nos unen, signo elocuente de los cuales es el beso de la paz y nuestro abrazo fraternal. La Iglesia Ortodoxa de Georgia, enraizada en la predicación apostólica, especialmente en la figura del apóstol Andrés, y la Iglesia de Roma, fundada sobre el martirio del apóstol Pedro, tienen así la gracia de renovar hoy, en el nombre de Cristo y para su gloria, la belleza de la fraternidad apostólica. En efecto, Pedro y Andrés eran hermanos: Jesús los llamó a dejar sus redes para ser, juntos, pescadores de hombres (cf. Mc 1,16-17). Querido hermano, dejémonos mirar de nuevo por el Señor Jesús, dejémonos atraer aún por su invitación a dejar todo lo que nos impide dar, juntos, el anuncio de su presencia.
Nos sostiene en esto el amor que transformó la vida de los Apóstoles. Es el amor sin igual, que el Señor ha encarnado: « Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13); y que nos lo ha dado para que nos amemos unos a otros como él nos ha amado (cf. Jn 15,12). En este sentido, el gran poeta de esta tierra parece que nos dirige también a nosotros algunas de sus célebres palabras: «¿Has leído cómo los apóstoles escribieron del amor, cómo hablan, cómo lo alaban? Conócelo, dirige tu mente a estas palabras: el amor nos eleva» "(S. Rustaveli, El Caballero de la piel de tigre, Tiflis 1988, estancia 785). Realmente el amor del Señor nos eleva, porque nos permite alzarnos por encima de las incomprensiones del pasado, de los cálculos del presente y de los temores del futuro.