Luego está el que guía, el director, y en la sinfonía que se ejecuta todos tocan juntos en "armonía", pero no se borra el timbre de cada instrumento, la peculiaridad propia, ¡sino que se valoriza al máximo!
Es una bella imagen que nos dice que la Iglesia es como una gran orquesta, en la que hay variedad,
No todos somos iguales, y no debemos ser iguales. Todos somos diversos, diferentes, cada uno con sus propias cualidades y esa es la belleza de la Iglesia: cada uno trae lo propio, lo que Dios le dio, para enriquecer a los demás. Y entre los miembros hay esta diversidad, pero es una diversidad que no entra en conflicto, no se contrapone; es una variedad que se deja fundir en armonía por el Espíritu Santo; Él es el verdadero "Maestro", y Él mismo es la armonía.
Y ahora preguntémonos: ¿en nuestras comunidades vivimos en armonía, o discutimos entre nosotros? En mi parroquia, en mi movimiento, en la Iglesia ¿Hay habladurías? Y, si hay habladurías, no hay armonía: hay lucha. Y ésta no es la Iglesia: la Iglesia es la armonía de todos. Nunca hablen uno contra el otro, nunca se peleen. Aceptemos al otro, aceptemos que haya una justa variedad, que esto sea diferente, que éste piense así, o piense asá? ¿Pero, en la misma fe se puede pensar así, O tendemos a uniformarlo todo?