12 de diciembre de 2012 / 11:07 AM
Queridos hermanos y hermanas:
En la última catequesis he hablado de la Revelación de Dios, como comunicación que Él hace de sí mismo en su designio de benevolencia y de amor. Esta revelación de Dios se inserta en el tiempo y en la historia de los hombres: historia que se convierte en ‘lugar en el que podemos constatar la acción de Dios a favor de la humanidad. Él nos alcanza en aquello que para nosotros es más familiar y fácil de verificar, porque constituye nuestro contexto cotidiano, sin el cual no lograremos comprendernos’ (Juan Pablo II, Enc.?Fides et ratio, 12).
El evangelista San Marcos –como hemos escuchado– relata, en términos claros y sintéticos, los momentos iniciales de la predicación de Jesús: ‘el tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca’ (Mc 1,15). Lo que ilumina y da sentido pleno a la historia del mundo y del hombre comienza a brillar en la gruta de Belén, es el Misterio, que contemplaremos dentro de poco en la Navidad: la salvación que se realiza en Jesucristo.