El Espíritu Santo, que ha inspirado toda la Biblia, sugiere por un momento la imagen del hombre solo - le falta algo - sin mujer. Y sugiere el pensamiento de Dios, casi el sentimiento de Dios que lo mira, que observa a Adán solo en el jardín: es libre, es señor, pero está solo. Y Dios ve que esto "no está bien": es como una falta de comunión, le falta una comunión, una falta de plenitud. "No está bien" - dice Dios - y agrega: "Voy a hacerle una ayuda adecuada".
Entonces Dios presenta al hombre todos los animales; el hombre da a cada uno de ellos su nombre – y ésta es otra imagen de la señoría del hombre sobre la creación – pero no encuentra en ningún animal otro similar a sí mismo. El hombre continúa solo. Cuando finalmente Dios presenta a la mujer, el hombre reconoce exultante que aquella creatura, y sólo aquella, es parte de él: "¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!". Finalmente, hay un reflejo, una reciprocidad. Y cuando una persona – es un ejemplo para entender bien esto - quiere dar la mano a otra, debe tener otro adelante: si uno da la mano y no tiene nada, la mano está allí, le falta la reciprocidad.
Así era el hombre, le faltaba algo para llegar a su plenitud, le faltaba reciprocidad. La mujer no es una "replica" del hombre; viene directamente del gesto creador de Dios. La imagen de la "costilla" no expresa de ninguna manera inferioridad o subordinación sino, al contrario, que hombre y mujer son de la misma sustancia y son complementarios. También tienen esta reciprocidad.