Entonces, es por eso qué la esperanza cristiana es sólida, es por eso qué no defrauda. Jamás, defrauda. ¡La esperanza no defrauda! No está fundada sobre aquello que nosotros podemos hacer o ser, y mucho menos en lo que nosotros podemos creer.
Su fundamento, es decir, el fundamento de la esperanza cristiana, es lo que más fiel y seguro pueda existir, es decir, el amor que Dios mismo nutre por cada uno de nosotros.
Es fácil decir: Dios nos ama. Todos lo decimos. Pero piensen un poco: cada uno de nosotros es capaz de decir, ¿estoy seguro que Dios me ama? No es tan fácil decirlo. Pero es verdad. Es un buen ejercicio, esto, decirlo a sí mismo: Dios me ama. Esta es la raíz de nuestra seguridad, la raíz de la esperanza.
Y el Señor ha derramado abundantemente en nuestros corazones su Espíritu –que es el amor de Dios– como artífice, como garante, justamente para que pueda alimentar dentro de nosotros la fe y mantener viva esta esperanza.