Hoy llevo en mi corazón, y lo llevo ante el altar, a los sacerdotes calumniados. Muchas veces…, sucede hoy, no pueden ir por la calle porque les insultan con referencias al drama que hemos vivido con el descubrimiento de sacerdotes que han hecho cosas malas. Algunos me decían que no podían salir de casa con el clergyman porque les insultaban. Y ellos continúan. Sacerdotes pecadores que junto a los obispos pecadores y al Papa pecador no se olvidan de pedir perdón y aprenden a perdonar, porque ellos saben que tienen necesidad de pedir perdón y de perdonar. Todos somos pecadores. Sacerdotes que sufren alguna crisis, que no saben qué hacer. Que están en la oscuridad.
Hoy todos vosotros, hermanos sacerdotes, estáis conmigo en el altar. Vosotros consagrados. Sólo os digo una cosa: no seáis testarudos como Pedro. Dejaos lavar los pies. El Señor es vuestro siervo, Él está cerca de vosotros para daros la fuerza para lavar los pies.
Y así con esta conciencia de necesidad de ser lavado se hacen grandes perdonadores. Perdonad. Corazón grande de generosidad en el perdón. Es la medida con la que seremos medidos. Como tú has perdonado, serás perdonado. La misma medida. No tengáis miedo de perdonar.
A veces te vienen las dudas…, mirad a Cristo. Ahí está el perdón de todos. Sed valientes, también en el arriesgar para perdonar, para consolar. Si no podéis dar un perdón sacramental en ese momento, dar el consuelo de un hermano que acompaña y que deja la puerta abierta para que regrese.