Y ahora, la corrupción en las instituciones eclesiales. Cuando hablo de la Iglesia me gusta hablar de los fieles, los bautizados, la Iglesia entera, ¿no? En ese caso es mejor hablar de pecadores.
Todos somos pecadores, ¿no? Pero cuando hablamos de corrupción, hablamos de personas corruptas o de instituciones en la Iglesia que caen en la corrupción. Y hay casos, sí, hay. Recuerdo una vez, en el año 1994, cuando fui apenas nombrado Obispo del barrio de Flores en Buenos Aires, dos empleados o funcionarios de un ministerio vinieron a decirme 'usted tiene muchas necesidades aquí con tantos pobres en las villas miserias'. 'Oh sí', dije, y se los dije. 'Podemos ayudarlo. Tenemos, si usted quiere, una ayuda de 400.000 pesos'. En ese tiempo, el tipo de cambio con el dólar era de uno a uno. 400.000 dólares. '¿Usted puede hacerlo?'. 'Sí, sí'. Escuché porque, cuando la oferta es tan grande, también el santo duda. Pero ellos continuaron: 'Para hacerlo, nosotros hacemos el depósito y después usted nos da la mitad'. En ese momento pensé qué debería hacer: O insultarlos y darles una patada donde no les da el sol o me hago el tonto.
Me hice el tonto y dije, en verdad, nosotros en el vicariato no tenemos una cuenta, tú tienes que hacer el depósito en la oficina de la arquidiócesis con el recibo. Y eso fue todo. 'Oh, no lo sabíamos'. Y se fueron. Pero más tarde pensé, si estos dos aterrizaron directamente sin pedir una pista –es un mal pensamiento- es porque alguien más dijo sí. Pero es un mal pensamiento, ¿no?