Señoras y señores:
La educación es siempre un acto de esperanza que, desde el presente, mira al futuro. No existe la educación estática. La reunión de hoy en la Casina Pío IV es un acto de esperanza y solidaridad generacional, de esperanza y solidaridad intergeneracional. Los jóvenes líderes y los educadores globales se están reuniendo desde todas partes del mundo para promover un nuevo tipo de educación, que permita superar la actual globalización de la indiferencia y la cultura del descarte. Dos grandes males de nuestra cultura, la indiferencia y el descarte.
Este ha sido un año extraordinario de sufrimiento por la pandemia de COVID-19; un año de aislamiento obligado y exclusión, de angustia y crisis espirituales y de no pocas muertes, y de una crisis educativa sin precedentes. Más de mil millones de niños han enfrentado interrupciones en su educación. Cientos de millones de niños se han quedado atrás en las oportunidades de desarrollo social y cognitivo. Y en muchos lugares, las crisis biológica, psíquica y económica han empeorado mucho por las crisis políticas y sociales aparejadas.
Ustedes se han reunido hoy en un acto de esperanza; un acto de esperanza para que los impulsos de odio, divisiones e ignorancia puedan y sean superados a través de una nueva buena onda, digamos así, una nueva buena onda de oportunidades educativas basadas en la justicia social y en el amor mutuo, un nuevo pacto global para la educación lanzado ya en octubre con alguno de los presentes. Ante todo, les agradezco por reunirse hoy para hacer crecer nuestras esperanzas y planes compartidos en una nueva educación que fomente la trascendencia de la persona humana, el desarrollo humano integral y sostenible, el dialogo intercultural y religioso, la salvaguardia del planeta, los encuentros por la paz y la apertura a Dios.