Jesús alcanza la humillación completa con la "muerte en cruz". Se trata de la peor de las muertes, destinada a los esclavos y a los delincuentes. Jesús era considerado un profeta, pero muere como un delincuente. Observando a Jesús en su pasión, vemos como en un espejo, también los sufrimientos de toda la humanidad y encontramos la respuesta divina al misterio del mal, del dolor, de la muerte. Y muchas veces sentimos horror ante el mal y el dolor que nos rodea y nos preguntamos: "¿Por qué Dios permite esto?". Es una herida profunda para nosotros ver el sufrimiento y la muerte, ¡sobre todo la de los inocentes! Cuando vemos sufrir a los niños es una herida en el corazón, es el misterio del mal y Jesús toma todo este mal, todo este sufrimiento sobre sí mismo.
Esta semana nos hará bien a todos nosotros mirar el Crucifijo, besar las llagas de Jesús, besarlas en el Crucifijo. Él ha tomado sobre Él todo el sufrimiento humano, se ha "vestido" de ese sufrimiento.
Nosotros esperamos que Dios en su omnipotencia derrote la injusticia, el mal, el pecado y el sufrimiento con una triunfante victoria. Dios nos muestra, en cambio, una humilde victoria que humanamente parece un fracaso. Y podemos decir, Dios vence en la derrota precisamente. El Hijo de Dios, de hecho, aparece en la cruz como un hombre derrotado: sufre, es traicionado, insultado y finalmente muere. Jesús permite que el mal se ensañe con Él y lo toma sobre sí para vencerlo. Su pasión no es un accidente; su muerte - aquella muerte - estaba "escrita". De verdad, no tenemos tanta explicación, es un misterio desconcertante, el misterio de la gran humildad de Dios: "Dios - en efecto - amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único".