"Desde su casa, en la carrera 76, hasta la parroquia, en la 76A, llegaba (Hosana) todos los días a coordinar el servicio pastoral de los ministros de la comunión. Son las personas encargadas de asistir a los enfermos, de visitarlos, de consolarlos y de apoyar espiritualmente a sus familias. Después de trabajar toda la vida en su panadería, ella y su esposo, Eulogio, llevaban una vida reposada, acompañándose el uno al otro en el segundo piso de su casa", afirmó.
Además recogía pañales, frazadas y comida para los ancianos enfermos de cada barrio. "Ella hacía la labor del buen samaritano: acercarse al que sufre sin contárselo a nadie".
El P. Mayorga recordó que el domingo, día de la tragedia, la mujer "cantó con el coro de las mamás en la Misa de las 7 de la mañana, y luego, en la de las 8:30, repartió la comunión. Ella estaba feliz porque el Evangelio hablaba de que quien aprende a servir entiende para qué vino a la Tierra. No puedo dejar de ver su rostro iluminado. Siempre tan elegante, se despidió con un beso y me deseó un día bonito".
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