Miles de ciudadanos de la República Centroafricana buscan refugio en los centros de misión y conventos católicos de su país, tras huir de sus casas por la violenta situación de secuestros, torturas, ejecuciones en masa y saqueos por parte de rebeldes Séleka.

El Arzobispo de Bangui, Mons. Dieudonné Nzapalainga denunció que hay lugares donde los cuerpos en descomposición se han convertido en alimento de buitres y de otros animales salvajes. A las personas torturadas se las "ata bestialmente" y se tiran al río "donde mueren cruelmente, sin la posibilidad de defenderse contra una muerte inexorable".

En marzo pasado, la guerrilla islámica Seleka tomó el poder en República Centroafricana luego de cruentos combates. La persistencia de la violencia ha hecho que el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, pida el despliegue unos nueve mil cascos azules, y este mes el  Consejo de Seguridad de la ONU aprobó el refuerzo de las tropas francesas en el país.

Uno de los lugares que recibe a miles de refugiados es el convento de los Carmelitas en Bangui, capital del país. El Prior italiano, P. Federico Trinchero (35), señaló que actualmente albergan a más de dos mil personas, según informó la fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN), conocida también como Ayuda a la Iglesia que Sufre (AIS).

El P. Trinchero dijo que ante esta situación "sonrío para no llorar demasiado" y no pregunta a los refugiados por sus historias. Es ahora natural escuchar en el convento los gritos de cientos de niños.

"Celebramos la Misa de la mañana fuera, para no despertar a los 350 niños que duermen en la capilla. Dos de ellos han dormido incluso debajo del altar",  relató el joven Prior y continúa "me he encontrado al hermano Léonce, procedente de Ruanda, a las cinco de la mañana barriendo el pasillo. Le dije que descansara; pero me respondió que él nació en un campo de refugiados en el Congo, cuando su familia huyó del genocidio de Ruanda".

"Estoy muy orgulloso de nuestros hermanos. El hermano Cedric es médico y se ocupa de los enfermos; el hermano Mathieu cuida de la cocina como no lo podría hacer mejor una 'mamma'. Los demás ayudan a distribuir alimentos, traen agua, se ocupan de la higiene, registran a los refugiados, les atienden en todo. ¡Todos trabajan tanto!", exclamó P. Trinchero.

La tensa situación hace que no se pueda salir a buscar alimentos ya que los tiroteos siguen en las calles.

"El viernes por la mañana celebramos la Santa Misa por las numerosas personas que han muerto estos días. Cuando estaba haciendo el desayuno, me llamaron para que saliera a la puerta. Allí estaban muchas personas que huyeron a nuestra casa. Les recibimos con los brazos abiertos", contó el sacerdote.

"Conté discretamente a la gente, para que nadie pensara que no teníamos sitio para él. Pero teníamos claro que solo podíamos atenderlos, como mucho, durante un día", dijo.

Un amigo musulmán de los religiosos, de nombre Yousuf,  tiene una granja de gallinas, y regaló dos mil huevos. "Hicimos panqueques para los más pequeños" y también donó unos sacos de arroz, azúcar y un barril de aceite, "hicimos que los niños se pusieran en filas para lavarse las manos antes de darles una tortita a cada uno. Aquí tenemos a 800 niños menores de 12 años y muchas mujeres embarazadas".

El sacerdote también comentó historias felices dentro del drama que pueden estar viviendo, "aquí vino un padre con un bebé pequeño. Por la noche encontramos a su mujer. Y la pequeña Fatou encontró por fin a sus padres".

En el convento el ruido de los aviones, el grito de los niños se mezclan con el cántico del Salmo que recitan los religiosos: "Que Él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos de los pobres y aplaste al opresor".

Tanto el Prior como los refugiados se alegran al ver pasar por los aires aviones de combate y exclamaron: "¡Los franceses han llegado! ¡Por fin!", ellos esperan que haya llegado el momento de la ayuda.
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