Misionera colombiana secuestrada por yihadistas: Ha sido un tiempo de Gracia

Misionera colombiana secuestrada por yihadistas: Ha sido un tiempo de Gracia
Hermana Gloria Cecilia Narváez, misionera franciscana de María Inmaculada. Crédito: Nicolás de Cárdenas / ACI Prensa

La hermana Gloria Cecilia Narváez fue secuestrada en Mali en el año 2017 y liberada en 2021 en Burkina Faso casi cuatro años y ocho meses después. Apenas un año después de su liberación, concluye que "ha sido un tiempo de Gracia". 

Así lo considera a pocas horas de que se celebre el Domund este domingo próximo y recoja, junto al misionero italiano Pier Luiggi Maccalli, también secuestrado, el primer premio Beata Pauline Jaricot que otorga por primera vez Obras Misionales Pontificias en España. 

Tiempo de escucha, sufrimiento, oración y salvación

"Para mí esta experiencia en el desierto tuvo mucho significado", relata, en primer lugar, porque en el silencio "sentía la presencia de Dios muy fuerte". Así se convirtió en un proceso de permanente escucha del Señor que le desveló mucho sobre su vocación misionera de más de 40 años.

Al tiempo, el desierto es para ella un lugar de sufrimiento "por la falta de agua y la falta de comunicación". La manera de vivir "ese calvario, esa itinerancia como Jesús" es tener una "fe grande" que invita a descubrir "en ese sol radiante, la presencia de Jesús Eucaristía". 

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En el desierto, se acordaba de Moisés y, "con esa confianza fuerte en Dios, esperaba. Siempre tenía esa confianza en iba a poder salir", explica. Pero no faltaban días en los que preguntaba: "¿Señor, hasta cuando esta tortura?". 

Sin embargo, la religiosa respondía con prontitud: "El Señor tiene su tiempo perfecto, no es cuando yo lo diga". 

La hermana Gloria  considera que su secuestro fue también "un éxodo, un tiempo fuerte de oración" en el que se preguntaba por el mal en el mundo y también, un tiempo de salvación en el que agradeció descubrir "la fuerza que tenemos los misioneros de llenarnos de Dios para llegar a nuestros hermanos". 

La naturaleza y la libertad interior

En la mejor tradición franciscana de su Congregación de Misioneras de María Inmaculada, la hermana Gloria afirma sin dudar el secreto de haber mantenido su libertad interior: "Ni mi espíritu ni mi corazón estuvieron secuestrados porque podía contemplar la naturaleza" y en ella a Dios.

La religiosa se regocijaba con el "milagro de ver, en la arena del desierto del Sáhara, una flor pequeñita. Todo para mí era maravilloso" asegura. 

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Dolor y esperanza

A pesar de la fortaleza de su fe, también hubo aspectos dolorosos. Aún así, consideraba como "algo grandioso" calmar un poco la sed con ese poco de agua que a veces le llevaban "con gasolina o con cualquier ácido".

Sin embargo, su mayor dolor fue el ayuno eucarístico. "Me dolía no tener la oportunidad, la libertad de poder recibir el sacramento de la Eucaristía", explica. "Yo lo hacía espiritualmente y recitaba la plegaria eucarística" dice antes de reproducirla de memoria, emocionada. 

Para la hermana Gloria "cada día estaba lleno de esperanza" y decía: "Hoy estoy viva. Un día voy a quedar libre". Una confianza que le daba alegría y serenidad, hasta decir: "El día de mañana será mejor". "Gracias a dios nunca perdí la esperanza", insiste. 

"El don de cada hermana"

El calvario de la misionera comenzó por una entrega total por sus hermanas. Ella se ofreció en rescate por todas. "Cada hermana es un don de Dios". Entonces, "cuando tú ves que hay un peligro para tus hermanas, ¿qué es lo que piensas? Que no lo sufran", explica. 

Así es como se dirigió al jefe de los asaltantes y le dijo: "Jefe, no haga daño a mis hermanas. Yo soy la responsable. Llévenme a mí". 

"El sufrimiento de los otros me duele"

Preguntada por el gran tesoro que puede llevarse en el corazón de esta experiencia la hermana Gloria responde: "He aprendido algo grande: el sufrimiento de los otros me duele". 

Por eso reza mucho por las personas que se ha encontrado en este tiempo que también han sufrido situaciones de secuestro "y que tal vez no han tenido esa fe tan grande" de tal manera que "algunos han perdido la razón", comenta. 

De ese sufrimiento, surge una llamada "a no encadenar nunca a nadie" sino siempre "a mirar a todos con esos ojos de ternura y misericordia de Dios". También a no ofender a nadie.

"Ellos ofenden porque están armados, pero nuestra arma es la oración y nuestras palabras deben estar llenas de Dios", expresó. 

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