Más de 60 mil personas en beatificación de Fray Leopoldo en España

Más de 60 mil personas en beatificación de Fray Leopoldo en España

El Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Mons. Angelo Amato, presidió ayer la Misa de beatificación del capuchino andaluz Fray Leopoldo de Alpandeire, cuya vida fue un "canto a la humildad y a la confianza en Dios", según dijo en Castel Gandolfo el Papa Benedicto XVI tras el rezo del ángelus.

Tras la oración mariana, el Santo Padre animó a "todos, siguiendo el ejemplo del nuevo beato, a servir al Señor con sincero corazón, para que podamos experimentar el inmenso amor que Él nos tiene y que hace posible amar a todos los hombres sin excepción".

En su homilía de la Misa de beatificación en Granada, Mons. Amato dijo que "si Granada es conocida en todo el mundo por la Alhambra, también lo es por muchos devotos de Fray Leopoldo; es una ciudad afortunada porque ha contemplado el espectáculo glorioso de la santidad del beato". El Arzobispo destacó que el fraile "con frecuencia recibía insultos y apedreamientos, y una vez a punto estuvo de que lo lincharan", pero, sin embargo, "consiguió que incluso los más anticlericales le dijeran que ojalá todos fueran como él".

Fray Leopoldo, dijo el Prelado, "enseñó el camino de la justicia a través de su caridad, humildad y devoción mariana, con el testimonio y palabras de su vida, dedicada en buena parte a pedir limosna, incluso en los momentos de persecución religiosa".

Su vida

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Francisco Tomás nació en una pequeña población de la Serranía de Ronda de Alpandeire (Málaga) el 24 de junio de 1864. Se dedicó en su niñez a cuidar un pequeño rebaño de ovejas y cabras y a arar la tierra, y años más tarde, el 16 de noviembre de 1899, ingresó en el convento de los capuchinos en Sevilla, donde continúo trabajando en el huerto de los frailes.

En el otoño de 1903 se trasladó a Granada y desde un principio desempeñó el oficio de hortelano, con estadías alternativas en los conventos de esta ciudad, Sevilla y Antequera. En 1914 regresó a Granada donde se quedó definitivamente. De limosnero, recorrió los pueblos de Andalucía Oriental. Cuando alguien le pedía un favor, siempre pedía a la persona que rezara tres Ave Marías.

Falleció en la mañana del 9 de febrero de 1956 con fama de santidad. Desde entonces, cada año miles de devotos visitan la cripta en la que descansan sus restos.

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