Marktl am Inn, la cuna del Papa

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Marktl am Inn “es un lugar que posee algo de hogareño y de calidez” opina el Papa Benedicto XVI sobre el pequeño pueblo que lo vio nacer, muy cerca de la ciudad de Altötting.

Benedicto XVI recuerda poco de este pueblo, pues le tocó vivir ahí apenas los dos primeros años de vida. A las pocas horas de nacer, un 16 de abril de 1927, fue bautizado por el párroco Josef Stangl en la Iglesia de San Oswaldo, con el nombre de Joseph Aloisius Ratzinger con el agua bendecida horas antes durante la vigilia pascual.

En su libro “De mi vida” escribe el Santo Padre que, “ser el primer bautizado con el agua pascual fue tomado como signo de un destino especial”. El que el inicio de su vida haya estado empapado desde el inicio con el misterio pascual, lo ha llenado siempre de especial gratitud hacia Dios.

Su lugar de nacimiento ha permanecido siempre en estrecho vínculo con el Papa. En 1997 le fue concedido por los ciudadanos de Marktl am Inn el título de “ciudadano ilustre”, al celebrar sus 70 años. Luego de una Misa en la parroquia donde nació a la gracia, el entonces Cardenal Ratzinger descubrió una placa recordatoria colocada en la fachada de la casa donde nació.

En aquella ocasión decía el Papa, que “lo embargaba un sentimiento de ‘estar en casa’ en medio a la amabilidad y buen corazón de tantas personas a quienes unía una misma lengua y una misma fe. Luego de un largo recorrido de vida, es muy hermoso descubrir las propias raíces”. Como un gran tesoro, guarda la comunidad de Marktl am Inn dos cartas, en las que el entonces Cardenal dejó impresa su alegría por la visita.

Ocho años después, ya como Benedicto XVI, durante el vuelo que lo llevaba de retorno a Roma después de la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia, el piloto del avión de Lufthansa que lo llevaba a casa sobrevoló Ratisbona, dio una vuelta sobre Marktl am Inn, y a través del teléfono, el Santo Padre pudo comunicarse con los dos mil habitantes reunidos para hacerle adiós desde la casa natal desde la que brillaban algunos espejos, de manera similar como los mexicanos solían despedirse de Juan Pablo II cuando dejaba el país.

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