Eusebio, recordó el Pontífice, “formado sólidamente en la fe nicena, en la fe del Dios trinitario”, explicó el Papa, defendió “la plena divinidad de Jesucristo” frente a la política filo arriana del emperador Constancio, para quien la fe arriana era "políticamente más útil". Esta actitud le valió el destierro, primero a Palestina y posteriormente a Capadocia y Tebaida.
No obstante, el Obispo mantuvo siempre lazos epistolares con la comunidad de sus fieles, y en sus cartas les pide que “saluden también a aquellos que están fuera de la Iglesia y que se dignan de nutrir por nosotros sentimientos de amor”, dijo el Santo Padre, y agregó que “era evidente que la relación del Obispo con su ciudad no se limitaba a los cristianos, sino que se extendía también a aquellos que de alguna forma reconocían su autoridad espiritual y amaban a este hombre ejemplar”.
Cuando el emperador Juliano el Apóstata sucedió a Constancio, Eusebio pudo regresar a su patria. Educó al clero de su diócesis en la “observancia de las reglas monásticas, si bien viviesen en medio de la ciudad”, porque “el Obispo y el clero debían compartir los problemas de los ciudadanos de forma creíble”, cultivando al mismo tiempo “una ciudadanía diversa: la del cielo”. De esa forma, subrayó Benedicto XVI, construyeron "una solidaridad común".