La pobreza de Jesús se relaciona con su culto al Padre y con el cumplimiento de su plan redentor. El espíritu de pobreza genera capacidad para la recta administración de los bienes, a fin de orientarlos al bien común. Falla la administración de los bienes por ausencia de la virtud de la pobreza de espíritu. Examinémonos y examinemos a nuestros dirigentes, y hallaremos una deuda engrosada escandalosamente.
Lo que se opone a esa recta administración es la ambición, incubada por la soberbia y la avaricia. Las grandes figuras evangélicas se constituyen en modelos para el desempeño de las diversas responsabilidades públicas, sean políticas, gremiales, económicas o religiosas. La pobreza evangélica es la gran ausente -por ignorancia o por malicia- y cuando se trata de encontrar las causas de los grandes desajustes que obstruyen el crecimiento de un pueblo, sus verdaderos responsables se acusan mutuamente.
Dirigentes honestos y capaces
La unidad que la Nación reclama, de manera insistente, y que se logra entre hombres y mujeres, entre sus diversas instituciones de raigambre tradicional, supone ciudadanos que han decidido arrimar el hombro humildemente. Para ello, en razón de nuestras tradiciones cristianas, es urgente renovar la adhesión a Jesucristo, del pueblo y de sus dirigentes.