Cierto día, el P. Realino había estado confesando en medio de un intenso frío. Su superior al verlo tiritar lo mandó a su cuarto a descansar. El santo obedeció y habiendo quedado solo en su cuarto, se puso a meditar en torno a la Navidad.
De pronto, vio cómo una luz resplandeciente llenó por completo su habitación. Era la Virgen María que con ternura le extendió los brazos para entregarle al Niño Jesús. San Bernardino Realino pudo tener, por un instante, a Dios mismo entre sus brazos. Por esta razón, el santo suele ser representado cargando al Niño Dios.
Hacia el año 1616 la salud del P. Realino fue decayendo. En su lecho de muerte, se presentaron el alcalde y los magistrados de la ciudad para pedirle que fuera el defensor y protector de Lecce desde el Cielo, a lo que el santo accedió paternalmente.
San Bernardino Realino partió a la Casa del Padre el 2 de julio de 1616, mientras invocaba el nombre de María Santísima. Fue canonizado en 1947 por el Papa Pío XII.