Fray Macías se había hecho de una gran reputación, y él lo sabía bien. Por eso se animó a sacar partido santamente de aquella situación: recorría las calles pidiendo limosna para los pobres, y, cuando no podía salir -según cuenta la historia- enviaba a su burrito, al que había amaestrado para tal fin.
“El ladrón del purgatorio”
El hermano Juan tenía 60 años cuando enfermó gravemente. Como su estado de salud hacía presagiar una pronta muerte, sus hermanos empezaron a preocuparse por qué sería de los desvalidos y mendigos que atendía. Él los tranquilizó diciendo: “Con que tengan a Dios, sobra todo lo demás”.
Sus devotos suelen llamarlo cariñosamente hasta hoy “el ladrón del purgatorio”. La razón es hermosa: San Juan Macías se ejercitaba siempre en la oración de intercesión. Sus predilectos eran los difuntos, especialmente aquellos que no pudieron morir en gracia y tenían que purgar primero sus pecados, antes de gozar definitivamente de la presencia de Dios.