San Marcos fue originario de la zona de Jerusalén y, como tal, perteneció al pueblo judío. En los Hechos de los Apóstoles, Marcos aparece acompañando a Pablo y a Bernabé, su primo, rumbo a Antioquía, en el primer viaje misionero. Después los acompañaría también a la ciudad de Roma, capital del imperio. Posteriormente, Marcos vuelve a aparecer pero esta vez separado de ellos, en Perga, desde donde retornaría a casa.
Más adelante, Bernabé también tomaría un rumbo distinto al de Pablo, en dirección a la isla de Chipre para reencontrarse con su primo, Marcos. Al parecer, como deja entrever el relato de San Lucas en los Hechos, el alejamiento de Marcos en ese viaje inicial no fue del total agrado de Pablo. Como sea, años después, el Apóstol de los gentiles y San Marcos se juntarían para emprender otro viaje misionero.
El Evangelista Marcos, cabe resaltar, también hizo un largo periplo junto a San Pedro, acompañándolo hasta Roma. Quien fuera el primer Papa solía referirse a él como “mi hijo”, evidenciando la relación de confianza y cercanía que se tenían ambos. Los frutos de esa estrecha amistad pueden verse en la manera como Marcos elabora su relato sobre la vida de nuestro Señor. El santo logró plasmar de manera notable el testimonio directo del mayor de los apóstoles, Pedro, incluso con el dramatismo de sus aciertos y sus caídas. Así, el Evangelio de Marcos contribuye enormemente a la comprensión de la divinidad de Jesús, gracias al énfasis puesto en cómo el Señor era capaz de perdonar y en su pedagogía, plasmada en cada uno de sus milagros.
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