Los invasores arrasaron con todo a su paso: pueblos, iglesias, monasterios y cualquier vestigio que fuese expresión católica. Hubo entre ellos quienes anunciaban que la Basílica de San Pedro se convertiría en la pesebrera de sus caballos. Era tal el temor generado, en gran medida gracias a la crueldad de los guerreros islámicos, que ninguna nación quería enfrentarlos.
Entonces, el Papa Pío V buscó la ayuda de todas las casas y coronas europeas logrando organizar una armada naval y un ejército sin precedentes. Él, en persona, dio su bendición a todos los valientes que zarparon en defensa de la civilización cristiana.
Pio V también pidió que todo soldado se confiese y comulgue antes de la batalla; y que todos participen de la Santa Misa. Mientras tanto, ordenaba que quienes se habían quedado en las ciudades como Roma, recen asiduamente el Rosario por los ejércitos defensores de la fe.
El encuentro entre las fuerzas se produjo el 7 de octubre de 1571 en el golfo de Lepanto, cerca de Grecia. Los jefes cristianos habían ordenado que los soldados rezaran el Santo Rosario antes de la batalla y así se hizo. Aún siendo los musulmanes superiores en número de milicianos y embarcaciones, se encontraron con una armada católica fortalecida en el espíritu.