Cada 3 de octubre celebramos a San Francisco de Borja, viudo que se replanteó el sentido de la vida

San Francisco de Borja

Cada 3 de octubre la Iglesia Católica celebra la fiesta de San Francisco de Borja S.J. (Valencia, España, 1510 - Estados Pontificios, 1572); hombre inicialmente llamado por Dios al matrimonio -formó una familia y tuvo prole-, que, tras enviudar tempranamente, descubrió una llamada singular: seguir los pasos de Cristo como religioso. 

El llamado a la santidad

Durante el tiempo en el que estuvo casado, Francisco conoció a algunos miembros de la Compañía de Jesús con los que entabló amistad. El aprecio inicial por los jesuitas se convertiría, tras la muerte de su esposa, en motivación para una búsqueda más intensa de Dios y del camino que Él había trazado para su vida. Fue así que, tras un tiempo de búsqueda y discernimiento, Francisco le daría un vuelco completo a su vida.

El noble valenciano dejó atrás el mundo que había construido, vinculado a los círculos sociales que rodeaban la corte real y la aristocracia, para dedicarse por completo al servicio de la Santa Madre Iglesia, al lado de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús.

Hombre de familia, hombre de mundo

Francisco de Borja nació en Gandía (Valencia) en 1510. Dado que su familia pertenecía a la realeza, fue educado como parte de la élite. En su juventud, desempeñó diversos cargos públicos muy de acuerdo con los títulos que ostentaba: fue erigido IV duque de Gandía, I marqués de Lombay, grande de España y virrey de Cataluña. Incluso llegó a desempeñarse como consejero personal del emperador Carlos I de España y V de Alemania.

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Con sólo 19 años, el buen Francisco había contraído matrimonio con doña Leonor de Castro. Y su hogar fue bendecido con ocho hijos, a quienes crio con gran esmero.

Un virrey cara a cara con la muerte

En los días en que Francisco ostentaba el cargo de virrey de Cataluña, recibió la orden real de trasladar los restos mortales de la emperatriz Isabel al lugar donde estos reposarían de manera definitiva, la sepultura real de Granada. El viaje tomaría varios días. 

Cuando el virrey llegó al lugar donde estaba el cuerpo de la emperatriz, según el protocolo fúnebre de la época, pasó a la cámara donde había sido colocado. Tenía que verlo, reconocerlo y certificar oficialmente el deceso de Isabel. 

En el instante en que vio el cadáver, un abismo de espanto se abrió frente a sí, y sintió un vacío sin precedentes. El rostro de la difunta emperatriz, alguna vez lleno de lozanía y frescura, yacía enfrente, desfigurado, deforme, en franco proceso de descomposición. 

Haber contemplado, aunque sea sólo por unos momentos, tan lamentable espectáculo produjo estragos en su interior. La muerte había remecido sus habituales seguridades y trocado de golpe su forma de entender la vida. 

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El virrey había decantado por vez primera la fatuidad de la existencia humana, siempre aferrada a ‘castillos de arena’ que ocultan su caducidad y miseria hasta que se desploman. Años después, el santo se referiría a estos acontecimientos como “el día de su conversión”. De ahí su célebre promesa: “¡No serviré nunca más a un señor que pudiese morir!".

"Él no es Dios de muertos, sino de vivos” (Mc 12,17)

Después de la muerte de Leonor, su esposa, y de haber cuidado a sus hijos según lo debido, Francisco renunció a sus títulos y bienes e ingresó a la Compañía de Jesús. Allí aprendió a ser servidor de otros y a no esperar ser servido. Incluso, por un buen tiempo, en la Compañía le tocó ser ayudante de cocinero.

La formación rigurosa, la oración y el estudio fueron ennobleciendo su alma y preparándolo para el sacerdocio -vale recordar que Jesús instauró en el mundo un tipo diferente de “nobleza”-. Así, llegaría el día de su ordenación y el consecuente nombramiento como Provincial de la Compañía en España. Abrió nuevos conventos y colegios, y se convirtió en consejero de reyes y prelados. Se sabe, incluso, que el Papa solicitaba su opinión a discreción.

General de la Compañía: “Techó el edificio y arregló el interior” (R.P. Verjus, SJ)

Para 1566, el santo fue nombrado Tercer Superior General de la Compañía de Jesús y, bajo su mandato, se fortaleció el espíritu misionero de la Orden. En lo que respecta a la educación, Francisco de Borja se convertiría en el impulsor del Colegio Romano, a cargo de la Compañía, que más tarde se convertiría en la prestigiosa Universidad Gregoriana.

San Francisco de Borja murió la medianoche del 30 de septiembre de 1572. De él diría el famoso P. Verjus, biógrafo del santo y también miembro de la Compañía de Jesús: “San Ignacio de Loyola proyectó el edificio y echó los cimientos; el P. Laínez construyó los muros; San Francisco de Borja techó el edificio y arregló el interior y, de esta suerte, concluyó la gran obra que Dios había revelado a San Ignacio".

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