Quisiera que toda persona –a partir de hoy– toda persona que irá a visitar la Expo de Milán, atravesando aquellos maravillosos pabellones, pueda percibir la presencia de aquellos rostros. Una presencia escondida, pero que en realidad debe ser la verdadera protagonista del evento: los rostros de los hombres y de las mujeres que tienen hambre y que se enferman, e incluso mueren, por una alimentación demasiado carente o nociva.
La “paradoja de la abundancia” –expresión usada por San Juan Pablo II hablando precisamente a la FAO (Discurso a la I Conferencia sobre Nutrición, 1992)– persiste todavía, no obstante los esfuerzos realizados y algunos buenos resultados. También la Expo, de alguna manera, es parte de esta “paradoja de la abundancia”, si obedece a la cultura del derroche, del descarte, y no contribuye a un modelo de desarrollo equitativo y sostenible.
Por lo tanto, hagamos que esta Expo sea ocasión de un cambio de mentalidad, para terminar de pensar que nuestras acciones cotidianas –en cada grado de responsabilidad– no tengan un impacto sobre la vida de quien, cerca o lejos, sufre el hambre. Pienso en tantos hombres y mujeres que sufren el hambre y especialmente en la multitud de niños que mueren de hambre en el mundo.