Ambos son reconocidos por ser modelos de celo y llevar a los católicos al sacramento de la Confesión. Doctor de la Iglesia y fundador de los redentoristas, Alfonso obtuvo un doctorado en Derecho a los 16 años. En 1723, sin embargo, perdió un caso muy importante y abandonó esta carrera para volverse sacerdote. En 1745 escribió sus primeras obras devocionales y en 1748 publicó la primera edición de su guía de Teología Moral. Alfonso está clasificado como uno de los más grandes teólogos morales en la historia de la Iglesia. En 1950, el Papa Pío XII lo declaró patrono de los confesores y teólogos morales.
Por su parte, el Cura de Ars también es honrado como uno de los más importantes confesores y santo patrono de los párrocos. Hijo de granjeros cerca de Lyon (Francia), las terribles guerras de Napoleón Bonaparte le impidieron ingresar al seminario. Cuando finalmente pudo estudiar para el sacerdocio, su progreso se vio obstaculizado por su total incapacidad para aprender latín. Finalmente, ordenado por su bondad, fue enviado a la aldea de Ars, en Villars-les-Dombes, donde sus superiores asumieron que no haría daño.
La gente empezó a acudir a la aldea para confesarse, por su consejo y su predicación. Con el tiempo, pasó hasta 18 horas al día en el confesionario. Al igual que Alfonso, que finalmente fue expulsado de la misma congregación que fundó, Vianney se ganó los celos de algunos sacerdotes que se quejaban ante el obispo, aludiendo que estaba loco o mentalmente inestable. El famoso obispo respondió que deseaba que todos sus sacerdotes sufrieran la misma locura. El Cura de Ars murió mientras escuchaba a un pecador arrepentido.