La esclavitud a la que se refiere el apóstol es la de la "ley", entendida como un conjunto de preceptos a observar, una ley que ciertamente educa al hombre, que es pedagógica, pero que no lo libera de su condición de pecador, sino que, en cierto modo, lo "sujeta" a esta condición, impidiéndole alcanzar la libertad de hijo.
Dios Padre ha enviado al mundo a su Hijo unigénito para erradicar del corazón del hombre la esclavitud antigua del pecado y restituirle así su dignidad. En efecto, del corazón humano –como enseña Jesús en el Evangelio (cf. Mc 7,21-23)– salen todas las intenciones perversas, las maldades que corrompen la vida y las relaciones. Y aquí debemos detenernos, detenernos a reflexionar con dolor y arrepentimiento porque, también en este año que llega a su fin, muchos hombres y mujeres han vivido y viven en condiciones de esclavitud, indignas de personas humanas.
También en nuestra ciudad de Roma hay hermanos y hermanas que, por distintos motivos, se encuentran en esta situación. En particular, pienso en tantas personas sin hogar. Son más de diez mil. Su situación es especialmente dura en los meses de invierno. Todos son hijos e hijas de Dios, pero diferentes formas de esclavitud, a veces muy complejas, los han llevado a vivir al borde de la dignidad humana.