Y si esto sucede dentro de las personas,
¡cómo cambia el rostro de la ciudad!
En los pequeños gestos y en las grandes opciones,
los círculos viciosos se vuelven poco a poco virtuosos,
la calidad de la vida mejora
y el clima social se vuelve más respirable.
Te agradecemos, Madre Inmaculada,
por recordarnos que, por el amor de Jesucristo,
ya no somos más esclavos del pecado,
sino libres, libres de amar, de querernos,
de ayudarnos como hermanos, aunque sean diferentes de nosotros.
Gracias porque, con tu candor, nos animas
a no avergonzarnos del bien, sino del mal;
nos ayudas a mantener alejado de nosotros al maligno,
que con el engaño nos atrae hacia sí, dentro de las agujas de la muerte;
nos das el dulce recuerdo de que somos hijos de Dios,
Padre de inmensa bondad,
fuente eterna de vida, belleza y amor.
Amén.
Al finalizar la oración, el Papa Francisco saludó a algunas de las autoridades religiosas y civiles presentes. Después se acercó a bendecir a numerosos enfermos en sillas de ruedas mientras que el coro entonaba el tradicional canto "Ave, Ave, Ave María" que los peregrinos entonan en la Santuario de Nuestra Señora de Lourdes (Francia).
Por último, el Pontífice saludó a tres guardias civiles españoles y tras la solicitud de una guardia, se colocó brevemente un tricornio, el tradicional sombrero negro de su uniforme.