Esto genera una herida grande, una herida cultural, muy grande. Me animo a decir que una de las principales pobrezas o raíces de tantas situaciones contemporáneas está en la soledad radical a la que se ven sometidas tantas personas. Corriendo detrás de un like, corriendo detrás de aumentar el número de followers en cualquiera de las redes sociales, así van –así vamos– los seres humanos en la propuesta que ofrece esta sociedad contemporánea. Una soledad con miedo al compromiso y en una búsqueda desenfrenada por sentirse reconocido.
¿Debemos condenar a nuestros jóvenes por haber crecido en esta sociedad? ¿Debemos anatematizarlos por vivir en este mundo? ¿ Ellos deben escuchar de sus pastores frases como: «Todo pasado fue mejor», «El mundo es un desastre y, si esto sigue así, dónde vamos a ir a parar»? Esto me suena a un tango argentino.
No, no creo que este sea el camino. Nosotros, pastores tras las huellas del Pastor, estamos invitados a buscar, acompañar, levantar, curar las heridas de nuestro tiempo. Mirar la realidad con los ojos de aquel que se sabe interpelado al movimiento, a la conversión pastoral. El mundo hoy nos pide y reclama esta conversión pastoral. «Es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie» (Evangelii gaudium, 23). El Evangelio no es un producto para consumir, no entra en esta cultura del consumismo.
Nos equivocaríamos si pensáramos que esta «cultura» del mundo actual sólo tiene aversión al matrimonio y a la familia, en términos de puro y simple egoísmo. ¿Acaso todos los jóvenes de nuestra época se han vuelto irremediablemente tímidos, débiles, inconsistentes? No caigamos en la trampa. Muchos jóvenes, en medio de esta cultura disuasiva, han interiorizado una especie de miedo inconsciente, y no, tienen miedo, y no siguen los impulsos más hermosos, más altos y también más necesarios. Hay muchos que retrasan el matrimonio en espera de unas condiciones de bienestar ideales. Mientras tanto la vida se consume sin sabor. Porque la sabiduría del verdadero sabor de la vida llega con el tiempo, fruto de una generosa inversión de pasión, de inteligencia y de entusiasmo.