Felicidad
Esto - ser un signo alegre - no es del todo obvio, sin embargo, es el tema más importante para nuestro tiempo, en el que la "diosa queja" tiene muchos seguidores y nos contentamos con las alegrías pasajeras. En cambio, la felicidad es más profunda, persiste incluso cuando la alegría o el entusiasmo del momento desaparecen, incluso cuando surgen dificultades, dolor, desánimo, desilusión. La felicidad permanece porque es el mismo Jesús, cuya amistad es inquebrantable (ver Christus vivit, 154). "En el fondo –decía el Papa Benedicto XVI- queremos sólo una cosa, la « vida bienaventurada », la vida que simplemente es vida, simplemente « felicidad » " (Enc. Spe Salvi, 11). Algunas experiencias de la pastoral juvenil y vocacional confunden la felicidad que es Jesús con la alegría emocionante y anuncian la vocación como completamente luminosa. Esto no es bueno, porque cuando uno entra en contacto con la carne sufriente de la humanidad, la propia o la de los demás, esta alegría desaparece. Otros introducen la idea de que discernir la vocación propia o caminar en la vida espiritual se trata de técnicas, de ejercicios detallados o de reglas a seguir; en realidad, "la vida que Dios nos ofrece es una invitación [...] a formar parte de una historia de amor que se entreteje con nuestras historias" (Christus vivit, 252).
Libertad
Es cierto que la palabra "vocación" puede dar miedo a los jóvenes, porque a menudo se la confunde con un proyecto que quita la libertad. Dios, en cambio, sostiene siempre la libertad de cada persona hasta el fondo (ibíd., 113). Es bueno recordarlo, especialmente cuando el acompañamiento personal o comunitario desencadena dinámicas de dependencia o, peor aún, de plagio. Esto es muy grave, porque impide el crecimiento y la consolidación de la libertad, asfixia la vida haciéndola infantil. La vocación se reconoce a partir de la realidad, escuchando la Palabra de Dios y de la historia, escuchando los sueños que inspiran decisiones, en la maravilla de reconocer, en un momento dado, que lo que realmente queremos es también lo que Dios quiere de nosotros. Desde el asombro de este punto de encuentro, la libertad se orienta a una elección disruptiva de amor y la voluntad hace que crezcan orillas capaces de contener y canalizar toda la energía vital de una persona hacia una sola dirección.