En ese caso, es la Iglesia-esposa que, en nombre de toda la humanidad y, como primicia, se dirige a Cristo, su esposo, ante la deseada espera de ser envuelta en su abrazo: el abrazo de Jesús, que es plenitud de vida y plenitud de amor. Así se abraza a Jesús. Si pensamos en el juicio en esta perspectiva, el miedo y la duda desaparecen y dejan espacio a la espera y a una profunda alegría: será el momento en que seremos juzgados finalmente, listos a ser revestidos con la gloria de Cristo, como con un vestido nupcial, y llevados al banquete, imagen de la comunión plena y definitiva con Dios
Una segunda razón de confianza se nos ofrece por la constatación de que, en el momento del juicio no se nos dejará solos. Es el mismo Jesús, en el Evangelio de Mateo, el que nos anuncia, que al final de los tiempos, los que le han seguido tomarán su lugar en la gloria para juzgar junto a él ( cf. Mt 19,28) . El apóstol Pablo después, escribiendo a la comunidad de Corinto, dice: '¿No saben ustedes que los santos juzgarán al mundo? Con mayor razón entonces, los asuntos de esta vida'. (1 Cor 6,2-3).
¡Qué hermoso saber que en ese momento, además de Cristo, nuestro Paráclito, nuestro Abogado ante el Padre (cf. 1 Jn 2:1), podremos contar con la intercesión y buena voluntad de tantos de nuestros hermanos y hermanas que nos han precedido el camino de la fe, que han dado su vida por nosotros y que continúan amándonos de manera indescriptible!